Coetáneo de Azorín y de los grandes maestros de la Generación
del 98, José Gutiérrez Solana (Madrid, 1900-1945) repartió su
vocación y talento artístico entre su faceta de escritor y la de
pintor. De esta segunda, los aficionados tienen ahora una
oportunidad singular de conocerla de cerca en la sala municipal de
Cultura de Santa Eulària, donde hasta el próximo 4 de abril estará
abierta al público una exposición de grabados originales de
estampas costumbristas de principios del siglo XX. La muestra, de
carácter itinerante, esta patrocinada por la Caja de Ahorros del
Mediterráneo con la colaboración del Ayuntamiento del municipio del
río.
Respecto a la pintura de Solana, su buen amigo Azorín escribió
en 1945 que « tiene su correlato lógico en el arte literario del
pintor». «El costumbrista subjetivo lleva a la descripción de sus
propios sentimientos; el objetivo permanece impasible. En el Madrid
de Solana se tocan varios temas: las máscaras humildes, el día de
difuntos, el matadero de cerdos, la romería en la Florida, el
Rastro, la capilla de la plaza de toros, una corrida de toros en
Tetuán, la feria de libros, la sala de disección, las mujeres
toreras, etc.». Y el amigo cita en su texto estas apreciaciones
subjetivas del propio Solana: «Mientras que se van pasando tiendas,
se van percibiendo distintos olores de los que abundan tanto en
esta parte de Madrid, las Ventas: el olor de los pescados, el de la
carne y sobre todo el de los fritos que hacen al aire libre, al
guisar, en grandes parrillas, trozos de carnero y callos, mezclados
todos estos alimentos en la misma salsa de sebo, repugnante».
La exposición que ahora llega a la isla consta de 25 grabados
originales y con una caligrafía de clara reminiscencia goyesca; una
obra que se corresponde con lo que Solana cuenta en su primer
libro, «Madrid. Escenas y Costumbres» (1918). Dos artes
complementarias para fijar su visión objetiva e impasible, sin
menoscabos de sentimentalismos de una ciudad compleja, caótica,
entrañable y singular. Una visión de Madrid que difiere de la que
mostraron otros dos escritores costumbristas ilustres: «El realismo
con que Moratín y Menéndez Pelayo hablan de Madrid es el mismo
realismo de Solana; pero en tanto que Solana permanece impasible en
sus descripciones, los otros autores pintan según sus sentimientos
íntimos. Moratín, al hablar de Madrid no puede olvidar la actitud
del público ante algunas de sus comedias y, sobre todo, su
descalabro como funcionario del Estado, el Estado, instituido por
Napoleón en España. Menéndez y Pelayo, levantando la mirada, se
acuerda, ante el paisaje, que él dice que 'ha odiado siempre', de
la verde y suave tierra nativa. Y la diferencia esencial entre el
Madrid de Solana y el de Moratín y Menéndez Pelayo es ésta;
mientras estos dos autores trocarían en amor su desabrimiento si
Madrid cambiara, Solana no acepta cambios: su mayor contrariedad la
tendría, como costumbrista de Madrid, si todas estas escenas que él
nos describe fueran otras; es decir, si no hubiera materia en
Madrid para su áspero realismo: el mismo realismo de su pintura»,
concluye Azorín en su evocación del amigo.
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