Van Morrison no deja de rugir. Su ya vasta carrera musical le ha
permitido configurar un universo personal que parece no perder nada
de su fuerza a pesar del paso de los años. El león de Belfast
demostró el pasado sábado por la noche en la plaza de toros de
Palma que ni la fuerza de sus cuerdas vocales ni la contundencia de
sus acompañantes han sufrido los estragos del tiempo.
Con una puntualidad digna de elogio, Morrison se asomó de nuevo
ante el público palmesano, aunque cambiando el tradicional
Auditòrium por un escenario al aire libre. Una multitud de
incondicionales (y algún que otro nuevo converso) esperaban
impacientes en la arena (donde se situaron sillas) y en la grada
para recibir al músico irlandés, de nuevo impecablemente vestido
con americana y tocado con su tradicional sombrero y gafas de
sol.
Morrison se mostró tan poco comunicativo con el público como es
su costumbre, pero no era el momento de plantearse etiquetas de
este tipo. El cantante conoce cuál es su poder y sus cuerdas
vocales son necesarias para desgarrar el aire, para degustar cada
frase con un dominio de sus facultades propio del gran músico que
es. Aunque tal vez habría que incluir un pequeño inciso en estas
apreciaciones. En un instante especialmente melódico del concierto
surgió un alarido de la grada, contestado inmediatamente por el
público para que se silenciara. Morrison, sin cambiar su rictus
facial intercaló sin esfuerzo la frase «controlad a la bestia» en
pleno «Moondance», que arrancó una nueva ovación. ¿Juego de luces
escueto? No importa. ¿Ni una frase hacia el respetable? Y qué. Van
Morrison se mostró en estado puro, ofreciendo un amplio catálogo de
su propia carrera, centrándose incluso en el ya lejano «Astral
Weecks», tal vez uno de sus mejores trabajos, y llegando a su
última obra, «Down the Road», en el que continúa explotando su
particular gusto por el blues y el country. Además, fue un
concierto sin descanso. Una hora y media casi exacta en la que los
músicos apenas debieron dejar unos tres minutos sus instrumentos en
silencio. Tras acabar cada tema, Morrison indicaba rápidamente cuál
sería la siguiente canción y, escasos segundos después, la fiesta
volvía a estar en marcha.
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