Mito y leyenda en vida y después de muerta, muerte de la que hoy se
cumplen 25 años, María Callas vivió para el arte y el amor, como
tantas veces cantó en la famosa aria de «Tosca». Si en lo primero
triunfó, y triunfa en el recuerdo de muchos, en lo segundo fue una
mujer desgraciada.
El 16 de septiembre de 1977 enmudecía para siempre en París la
voz de quien aún hoy está considerada una de las más grandes
sopranos de todos los tiempos. Una voz que, si no la más perfecta,
sí deslumbró por su personalidad y belleza, por su capacidad para
multiplicarse, y que hizo de la Callas una artista singular e
irrepetible y uno de los nombres fundamentales en la historia de la
lírica del siglo XX.
Ese día de hace veinticinco años, María Callas moría en su
apartamento del 36 de la Avenida Georges Mandel, en el exclusivo
distrito dieciséis de la capital parisina, en los brazos de quien
fue su fiel doncella y confidente, Bruna Lupoli, y en presencia de
Ferruccio Mezzadri, su mayordomo, únicos testigos de los últimos
años de soledad y sufrimiento de la diva. Sobre las causas del
fallecimiento nada se sabe, aunque siempre se ha hablado de
depresión y tristeza. La Callas murió en el apartamento que, en el
inicio de un romance que escandalizó al mundo, le regaló quien fue
el gran amor de su vida, Aristóteles Onassis, fallecido dos años
antes también en París, la ciudad que fue, junto al yate del
armador y multimillonario griego, el «Christina», escenario
principal de una historia de amor pasional y destructivo.
Sobre los últimos días de la diva en París trata «Callas
forever», primera película sobre la cantante, dirigida por quien
fue otro de sus mejores amigos, el director de cine italiano Franco
Zeffirelli, que la dirigió en varios montajes operísticos.
Cecilia Sophia Anna María Kalogeropoulou, verdadero nombre de la
Callas, nació en Nueva York el 2 de diciembre de 1923, en una
familia de emigrantes griegos. En 1937 las dificultades económicas
aconsejan el regreso a Grecia. A los 18 años, debuta en la Opera de
Atenas, con «Tosca», de Puccini, uno de los personajes que, junto
con Norma, Leonora, Lucía o Medea, contribuyeron a crear el mito
artístico y humano. El mismo personaje con el que, un cuarto de
siglo después, inició su despedida de los escenarios.
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