Conocí a Eduardo Chillida hace muchos, muchísimos años, tal vez en la década de los 60. Le conocí gracias a la carta de presentación que me escribió Joan Miró a fin de que creara un «Sol de Oro» para unos premios que mi periódico en inglés, «Iberian Daily Sun», otorgaba a las siete personalidades españolas que más se habían distinguido en el extranjero. Joan Miró había realizado uno de estos soles, que resultaron ser una verdadera maravilla. Chillida, gracias a la gestión de Miró, aceptó mi encargo con una sola condición: que si el nombre del premio era «Soles de Oro», su obra tenía que realizarse en oro. Pese al coste que ello representaba, acepté sin dudarlo, por lo que Chillida empezó su trabajo tratando con diversos joyeros para conseguir una obra realmente única y que fuera sin duda un chillida. Este hecho demuestra el carácter serio, honesto, con unos principios artísticos inalterables, que han sido la característica fundamental en la amplia trayectoria del gran artista vasco.
Por aquel entonces, le gustaba hablar y alardear de su época en la que era el guardameta de la Real Sociedad, cuando una inoportuna lesión le obligó a retirarse de la práctica del fútbol y dedicarse totalmente al arte de la escultura. Gracias a él, y en aquella ya lejana época, pude disfrutar de una serie de comidas y reuniones con gente del arte: Manolo Millares, Rafael Canogar, Eusebio Sempere y el gran crítico José María Moreno Galván, así como su esposa Carola Torres, una magnífica tapicera, por cierto. Durante estos casi cuarenta años he tenido siempre una cierta relación y amistad con el gran artista. Recordaré sólo cuatro momentos.
PRIMER ENCUENTRO
En los años 70 me llamó un buen día Joan Miró para decirme: «Estoy en mi casa con Eduardo Chillida y me pregunta por ti. ¿Por qué no vienes a comer con nosotros?» Recuerdo que era un domingo, pero no tardé ni diez minutos en llegar a Son Abrines. Esta fue la primera ocasión que Joan Miró habló del proyecto de realizar una fundación con su casa, los terrenos, los estudios que él tenía "entre ellos el de Josep Maria Sert y el de Son Boter". Chillida le animaba en esta idea, mientras decía: «Esto es lo mejor que puedes hacer, y es la única forma segura para que parte de nuestra obra y de nuestra filosofía artística quede para futuras generaciones». Sí, éste fue el primer día, al que después sucedieron muchísimos, entre los cuales se gestó la Fundació Pilar i Joan Miró, un orgullo para nuestra ciudad.
SEGUNDO ENCUENTRO
Corrían los primeros años de la década de los 80, se inauguraba una importante exposición de Joan Miró en la Fundación Maeght de Saint Paul de Vence. Junto a Eduardo estaba su esposa Pili. Tal vez hacía seis o siete años que no había visto al artista. Le encontré serio, un tanto huraño y con pocas palabras. Al preguntarle si le sucedía algo me contestó que se encontraba muy afligido y muy preocupado por el porvenir de su pueblo vasco. No podía entender cómo jóvenes compatriotas se convertían en asesinos llenos de crueldad y sin sentimientos. Me dijo, asimismo, que se hallaba desorientado, y lo que más le preocupaba era el futuro de su pueblo, ya que no veía posible un futuro de paz.
TERCER ENCUENTRO
Década de los 90. En 1993 adquirí en una subasta de Christie's un gran mural realizado por el artista en un horno de cerámica, en Grasses (Francia). Lo pude conseguir por un precio muy discreto, ya que unos pocos años antes, y en una galería de Londres, me pidieron por él un precio seis o siete veces superior. Esta obra me había interesado porque si la colocaba encima de un estanque de mi casa de Sóller se evitaría, en cierta manera, la visión de un horrible colegio, verdadero paradigma del mal gusto.
En mi libro «101 escultures a la Vall de Sóller» califiqué este edificio de desastre arquitectónico, y nunca nadie ha sabido o podido discutir mi calificación. A los pocos días de adquirir la obra me llamó Pili, la esposa de Eduardo, para decirme que me podía sentir muy orgulloso de haber conseguido una obra tan importante a un precio tan discreto. Le dije, entonces, a Pili que, aprovechando uno de sus viajes a Menorca, donde tenían una casa en la que pasaban largas temporadas en verano, convenciera a su marido y visitaran mi casa de Sóller. Mi intención era que el artista me ayudara a encontrar un sitio adecuado para colocar su gran mural. Aceptaron mi ruego y poco después llegaron a Sóller, donde pasaron unos días buscando la perfecta ubicación del mural y la forma de colocarlo. Al final consintió en mi primitiva idea de ponerlo sobre el estanque, ya que de esta forma conseguía dos objetivos: tapar el espantoso colegio y, por el precio de uno, tener dos murales, pues se reflejaba perfectamente en el agua.
CUARTO ENCUENTRO
Había recibido la invitación para asistir a la inauguración del sueño de su vida: la maravillosa fundación Chillida Leku. Llamé a su esposa para pedirle que, a causa de unos trabajos que tenía en Bilbao, si podía visitar el lugar con anticipación acompañado de mi familia. Pili no tuvo ningún inconveniente, por lo que unos días después, ya en San Sebastián, la llamé para informarle que me encontraba en su ciudad. Rápidamente convenimos la hora donde nos encontraríamos en su espacio escultórico para, después, comer las dos familias. Así se hizo.
Durante toda la comida observé cómo el artista estaba muy ausente y apenas si participaba en la conversación general. Parecía como si su única preocupación fuera comer panecillos con cuchillo y tenedor. A pesar de ello, la comida no dejó de ser entrañable y cordial. Cuando nos despedíamos, el gran artista se me acercó y, después de un fuerte abrazo, me dijo las siguientes palabras: «Estoy muy, muy contento de haberte conocido, yo fui muy amigo de tu padre, que era una buena persona, con él tuve muchas charlas en compañía de buenos amigos, ya desaparecidos: Millares, Sempere, Moreno Galván, que ya no están entre nosotros. Dale a tu padre un fuerte abrazo y dile que le recuerdo con mucho cariño». Todavía no sé por qué misteriosa regla de tres me confundió con mi propio hijo. Tal vez fue porque antes de empezar a comer le presenté a mi hijo Miguel. Ésta fue la última vez que lo vi, pese a que he recibido varios libros suyos con cariñosas dedicatorias, que para mí son recuerdos fantásticos y maravillosos del que fuera un gran amigo y uno de los artistas más importantes de nuestro siglo, por no decir el escultor más universal de nuestra época.
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