El sexto Taller d'Arquitectura Illes Balears reunió en Eivissa y
Palma a un buen número de estudiantes de Arquitectura en torno a la
problemática de los accesos a estas dos ciudades. Una vez
clausurado el Taller, cinco de estos alumnos aceptaron compartir
con Ultima Hora Ibiza y Formentera alrededor de
una mesa de una céntrica cafetería de Eivissa sus pareceres e
impresiones sobre el presente y el futuro de la disciplina que han
escogido como futuro profesional. A la cita acudieron Joan
Amengual, Fernando Gil, Mireya Muntaner, Cristina Llorente y
Esteban Torres.
Los diversos modos de entender el mundo arquitectónico se pone
de manifiesto ya en la primera cuestión. Porque, ¿Qué es la
arquitectura para aquellos que aún se encuentran en la facultad?
Gil lo tiene claro: «Es una ciencia, aunque no sé si llamarla así,
que abarca muchos campos distintos, como la historia del arte,
dibujo, matemáticas, física... Incluso engloba aspectos sociales.
No es sólo poner ladrillos o dibujar instalaciones». Pero la
definición alcanza otro nivel de la mano de Mireya: «Es arte»,
afirma con rotundidad, pese a la puntualización del propio Gil, al
asegurar que «no toda la arquitectura que se ve es arte». «Todo lo
que rodea al hombre en teoría puede serlo», opina Cristina,
mientras Joan une la idea de la arquitectura desde el diseño de una
casa al de un tenedor, una papelera, un semáforo o el pavimento.
Ante estas opiniones, Esteban opta por la sencillez: «Arquitectura
es lo que el hombre necesita básicamente para vivir».
Los criterios de los cinco tertulianos coinciden en un aspecto
al recordar el por qué decidieron matricularse en esta carrera.
«Cuando empiezas no sabes dónde te metes», recuerda Joan ante el
asentimiento de sus cuatro compañeros. Cristina y Mireya, por su
parte, reconocen que no tenían ni idea de qué hacer si no se
matriculaban en Arquitectura. La dureza de la carrera también les
pone de acuerdo, de hecho, Fernando rememora que optó por ella al
considerar que se le daba bien el dibujo técnico, aunque una vez
dentro descubrió que «no tenía ni idea». «Si no te gustan las
asignaturas lo puedes pasar muy mal. Tienes dos años para hacer
primero y si no los pasas abandonas la carrera a la fuerza»,
explica, pese a que todos ellos consideran correcto el nivel de
exigencia.
Pero los jóvenes arquitectos chocan contra un adversario que no
por previsto deja de ser más temido: los clientes. Mientras
estudian, los cinco ya parecen tener fijada su mente en esos
primeros proyectos que realizarán en el campo profesional, pese al
miedo al rechazo a nuevas ideas. «La sociedad no está cultivada
arquitectónicamente -relata Joan- a la hora de hablar de estética.
Las nuevas generaciones están más abiertas a nuevas ideas que las
anteriores y más en Eivissa y Mallorca, donde todo el mundo quiere
los típicos chaletitos y no hay manera de hacer otra cosa». Sobre
esta opinión Mireya profundiza un poco más al referirse a las
«casas con jardincito que quiere todo el mundo y que tengan cuatro
habitaciones aunque sean minúsculas». Ante esta situación, Joan se
muestra ligeramente optimista: «Nuestro trabajo puede ser intentar
colar alguna cosita», a lo que Fernando responde que el público «no
entiende que un edificio es como un ser vivo, se mueve, se
transforma; no entienden que la arquitectura puede cambiar».
Y frente a esta arquitectura, estos cinco estudiantes también
tiene su opinión formada acerca de los grandes proyectos como el
Guggenheim bilbaíno, una obra que para Mireya es simplemente «un
aspecto de márketing, lo quieres porque vende», opinión a la que se
añade Cristina: «Es una escultura que se ha puesto de moda y
compras un Gehry como si compraras un Chillida». Además, según los
estudiantes, estos arquitectos se enfrentan a la problemática de
integrar la obra en su entorno. Así, Fernando opina que Bilbao ya
no es Bilbao sin el Guggenheim y Mireya considera que muchos de
estos arquitectos de fama internacional «intentan colocar su obra
sea donde sea sin importarles el entorno». Y la disputa no se
resuelve, puesto que entraña un componente histórico, como recuerda
Esteban: «Es como la Ópera de Sidney, al principio no le gustaba a
nadie y ahora no puedes imaginar la ciudad sin ella».
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