La cantante islandesa Björk ofreció en la noche del domingo el primer concierto no lírico que acogía el Gran Teatre del Liceu de Barcelona. La cita con la diva del pop de vanguardia congregó a un público poco habituado a asistir a un recinto como el Liceu, en el que, por primera vez, desde los palcos y butacas se cantó, se bailó, se dieron palmas de acompañamiento, se pataleó e, incluso, se gritó «guapa» y «te quiero» a la cantante.

Las puertas del recinto se abrieron a las 19 horas, con unas medidas de seguridad inauditas en el Liceu, puesto que se pasaron detectores de metales por cada uno de los asistentes y se registraron todos los bolsos. Mientras los fans de Björk esperaban para entrar, los revendedores intentaban hacer negocio en la entrada.

Como en cualquier ópera, el espectáculo se inició con el telón bajado, mientras la orquesta hacía sonar la Obertura sinfónica de la banda sonora que Björk creó para la película de Lars Von Trier: «Selmasongs». La expectación de los casi 2.500 asistentes se convirtió en aplausos cuando, tras el final de esta pieza, Björk hizo aparición en la penumbra, bajo una lluvia de plumas y con las campanillas de Frosti como único acompañamiento. La menuda cantante, ataviada con su atuendo de cisne y descalza, estuvo acompañada de 14 jóvenes pertenecientes a un coro femenino de Groenlandia (con vestidos típicos), la arpista Zeena Parkins y el dúo Matmos.

Las casi tres horas de conciertos fue una catarsis emocional para los emocionados seguidores de la cantante, que Björk agradeció muy satisfecha.