De origen judío, Harvey Keitel se ha querido sumergir a sus 60 años
en la herida más sangrante del Holocausto, en «La zona gris», un
filme «indigesto» para el público. Aún así confía en que los
americanos, tocados hoy por el miedo, no huyan de la Historia,
pues, si no, «¿cómo encarar el terror presente?». «Sí tengo miedo,
pero la única diferencia entre un héroe y un cobarde es la
dirección en la que corre», afirmó hoy Harvey Keitel en San
Sebastián, donde llegó como la única estrella de Hollywood de todo
el elenco de invitados por el festival donostiarra a defender esa
película que concursó ayer en la sección oficial y en la que él se
ha implicado no sólo como actor sino como productor.
Keitel fue ayer la estrella del festival sin proponérselo.
Serio, enfundado en su eterno color, el negro, con esa gestualidad
parca y sólida, el actor descartó hacer comentario alguno sobre
todo aquello que no tuviera que ver con la película que venía a
promocionar. Hasta tal punto que en la conferencia de prensa que
siguió a la proyección del filme se mostró casi como un convidado
de piedra, cediendo el protagonismo al director de «La zona gris» y
a su productor, y desechando con frases cortas, o simples
monosílabos, cualquier cuestión que él pretendía eludir. Ya en la
suite del hotel y ante un reducido grupo de periodistas, Keitel
mostraba su rostro más amable, con respuestas más largas, hablando
pausadamente, pero eso sí, con un tiempo limitado, doce
minutos.
La crueldad de las imágenes de «La zona gris», su brutalidad
explícita, son un inconveniente a la hora de que la gente se
acerque a ver la película y Keitel es consciente de eso, pero
también de que los americanos acaban de experimentar el horror en
carne propia con los atentados a las Torres Gemelas y al Pentágono.
Entonces ¿qué hacer? «El público no puede permitirse escapar del
pasado, porque entonces, ¿cómo pueden ellos enfrentarse a las
tragedias de nuestro tiempo», se preguntó.
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