Mario Arlati en la inauguración el pasado viernes. Foto: VICENÇ FENOLLOSA

Mario Arlati cree que el artista no sólo ha de estar comprometido con su arte, sino que debe alzar la voz cuando su conciencia se ve agredida por el entorno, social, político, medioambiental... Así, en la entrevista que concedió a este periódico con motivo de la exposición que presenta en la galería Van der Voort, no dudó en mostrarse crítico con algunos aspectos de la isla que le tienen preocupado en los últimos tiempos. «Hay demasiados ruidos, demasiados coches, demasiadas obras. No se respeta a los que pasan aquí sus vacaciones; y no hay derecho a matar impunemente el tiempo de la gente.

Si se sigue abusando de la paciencia de tantos, acabarán marchándose, por lo menos el mejor público, ese turismo de calidad que los políticos reclaman con tanto énfasis, pero por el que no hace mucho para que no se vaya». «No puede ser que uno venga a descansar a Eivissa y acabe más estresado que en su lugar de trabajo. Esto tiene que cambiar antes de que sea demasiado tarde», apuntó. Y por si no estuviera clara su indignación por cierto estado de cosas, aún añadió más: «Es el campo, el cielo, el mar, la cultura y la historia de la isla los que merecen ese reconocimiento de la Unesco como Patrimonio de la Humanidad, pero en absoluto el cemento». «Eivissa es un regalo que no todo el mundo merece; se debería hacer algún tipo de selección para gozar de ese privilegio».

Muy satisfecho artísticamente, por el éxito de su reciente exposición en la gallería Contini de Cortina d'Ampezzo (Italia) y por la respuesta de sus admiradores en la isla, Arlati sigue abriendo horizontes a su informalismo matérico a través de la palabra de los poetas amigos, con algunos de los cuales ha colaborado artísticamente en varios proyectos. «Me asusta un poco ir al color solo, pero acompañado por la palabra de un poeta me atrevo a bucear en el azul, el rojo, el amarillo y otros que puedan llegar».

Y aún el referente de su Eivissa ideal, casi mental ya. «Sigue existiendo, sí, en puntos como ses Salines, el interior de la isla, en la cultura campesina y ajena al turismo, ese turismo que está matando una parte fundamental de mi manantial artístico», explicó; para concluir en un tono admonitorio. «Si me matan del todo esa Eivissa que llevo dentro, me marchare, como han hecho ya otros por el mismo motivo. No tengo ningún problema. Me iría llorando, pero me iría».