Por usar una palabra políticamente correcta, el adjetivo más
piadoso que puede ponerse al concierto que Charly García ofreció el
viernes en la Sala Dalias sería el de «decepcionante». Y eso que un
amplio sector del público, que sudó hasta la sauna en la sala,
estaba entregado desde el principio y parecía inmune a los malos
modos que usó con ellos este ídolo del rock argentino. Acaso porque
en su biografía abundan los escándalos y la gente parece incluso
desearlos: para poder presumir antes los amigos.
Con tres horas de retraso, a eso de las dos comenzó el
concierto. Charly García con su teclado primero y luego la guitarra
atacó con algunos de sus éxitos, lo que provocó el delirio en el
auditorio. Fotos, gritos, banderas argentinas... La velada
prometía. Pero a los 20 minutos, la estrella se enfadó, por algún
«boludo» de más o menos, y se largó. Pasó un cuarto de hora y el
ambiente caldeándose peligrosamente, hasta que García volvió, con
cierta chulería, desafiante.
O si no, juzguen estas frases que soltó a una audiencia ya
dividida: «Mi capricho es ley, y si no les gusta, se marchan. ««Ya
sé que están exiliados, no tienen que pedir disculpas». Así, él
siguió por su cuenta, cantando sobre bases grabadas temas que no
conocía casi nadie, regaló algún éxito, como limosna, y con una
hora en total de actuación, se largó sudando a mares. Como todos.
Un desastre.
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