La tormenta perfecta que convirtió Sant Llorenç en una ratonera mortal fue tan letal que dejó muy poco margen de maniobra a los equipos de emergencia.

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El cielo descargó con tal furia que los futuros debates políticos que se avecinan sobre si los torrentes estaban limpios quedan diluidos en una certeza: ningún pueblo mallorquín está preparado para recibir 230 litros de agua por metro cuadrado.

Otra cosa, en cambio, es que las predicciones meteorológicas y sobre todo el Govern alertaran a tiempo de lo que estaba llegando. Aclarar este punto es la clave. O lloverá sobre mojado.