España ha vuelto a escribir un capítulo memorable, letras doradas para el cuarto título consecutivo y el sexto entorchado del 'Viejo Continente'. No quedan elogios, los tiene todos en su poder este grupo. Números que asustan, estadísticas históricas y el trabajo bien hecho. Paciencia, prórroga y Sergio Lozano. Ese fue el camino al triunfo, los ingredientes de la receta.
En la primera mitad, España fue de menos a más. Los de José Venancio, que volvieron a encontrar sus mejores ocasiones en las botas de Torras, ofrecieron un alto nivel defensivo, sobre todo por el enorme esfuerzo de jugadores como Sergio Lozano, superlativo, autoexigente.
La primera ocasión clara para los pentacampeones llevó la firma del jugador blaugrana, quien aprovechó un pasillo central para poner en duda la seguridad de Gustavo, el meta ruso. Un punterazo sin dirección abrió la nómina de oportunidades de la selección española, que se pasó el primer acto con buenas intenciones, pero sin certeza.
Acto seguido, Sergio Lozano apuró línea de fondo para dejar sólo a Rafa Usín. El '9' español no acertó ahí, al igual que Torras, que apagó el ímpetu de Rusia. Los de Sergey Sokorovich sólo hacían daño con la templanza de Cirilo y la vertiginosidad de Pula. Era el momento de España, sin embargo, el túnel de vestuarios se enfiló sin goles.
Ya en la segunda mitad, a falta de seis minutos para el final, Pula adelantó a Rusia con un soberbio disparo. No parecía un problema porque quedaba un mundo. Sin embargo, el reloj comenzó a pesar sobre el juego español que, ni con un 4 para 3 --tras la expulsión de Cirilo--, hacía llegar la esperanza del empate. La ilusión se desvanecía, esta vez parecía imposible.
No hay imposibles para España
Pero esta palabra se inventó para quebrarla, para dejarla en el olvido. España, 'hartoexperimentada' en estas situaciones, esperó hasta el último suspiro para igualar la contienta. Sergio Lozano, con un lanzamiento algo afortunada, llevó el éxtasis a la grada y al banquillo español, consciente de haber hecho lo más difícil.
Y como en el atletismo, el corredor que persigue a la liebre, España hacía sentir su aliento en el cogote de los rusos, apurados, agotados, sin recursos. Fue entonces cuando nuevamente apareció Sergio Lozano. El cierre de Alcalá de Henares, ése chico que dio sus primeras patadas a un balón en Arganda, reventó el cuero para poner el 1-2.
Locura colectiva, pero los pies en el suelo. Luis Amado volvió a reverdecer viejos laureles y sacó dos balones clave. Rusia lamentó sus errores y se volcó en el campo español. No hubo suerte, el veterano portero español despejó al cielo. Ese balón incluso acabó entrando (1-3). Era la constatación de la felicidad. El sexto Europeo, la proclamación a los cuatro vientos de que estos chicos se merecen todo el oro del mundo.
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