La enfermedad de Müller-Weiss, una deformidad en el hueso o un «bultito» como le llama él, comenzó a avisarle en 2004 y al año siguiente, apenas unos meses después de alzar su primera Copa de los Mosqueteros (tenía 19 años), las luces de alarma se encendieron. La gravedad era tal que su carrera deportiva pendía de un hilo. Estaba en el alambre.
Pero Nadal lo tenía claro. A costa de vivir una carrera plagada de dolencia y asumiendo ese daño en el pie como algo inherente a su propio cuerpo, no estaba dispuesto a arrojar la toalla. Recién instalado en la cumbre y con la voracidad de los diecinueve años, el manacorí hizo todo lo posible. Unas zapatillas hechas a medida y unas plantillas especiales para suavizar el dolor, unido a su fortaleza mental, un talento innato y sus cualidades físicas, prendieron la mecha a dieciséis años (de momento) en la cúspide y a 20 títulos de Grand Slam, 13 en Roland Garros... Al modificar sus puntos de apoyo naturales, con el paso del tiempo se fueron resintiendo otras articulaciones, especialmente las rodillas. Pero esa enfermedad es crónica y siempre le acompaña. «Tengo el escafoides chafado por la mitad y se va inflamando y duele, y ya era insoportable y pedí otro vendaje. Pero ya estoy acostumbrado», apuntó tras perder ante Djokovic en las semifinales de Roland Garros.
Con 19 años, mientras la prensa le descubría y le adoraba, Nadal lloraba por pura impotencia en casa de sus padres. Temía que esos dolores le apartaran de un sueño que apenas había comenzado. Este año el dolor ha superado la barrera (alta) que tiene el jugador. «Para mí lo mas importante es disfrutar jugando tenis. Y con este dolor no se puede disfrutar», dijo el campeón del dolor.
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