Mario Avellaneda cerró ayer una etapa. La que marca sus diez años de entrenamientos, esfuerzos, sufrimientos y tribulaciones de todo tipo por, para y en la alta competición.
Y la cerró de forma accidentada. No pudo ser. No pudo llegar a la meta y alzar los brazos para recibir el caluroso aplauso de una afición que le ha seguido y apoyado en las cinco ediciones del trofeo de Santa Eulària.
A falta de una vuelta el juez principal de la competición le mostró, la que será su última roja en la alta competició. Le descalificó. El atleta del Pitiús había tentado a la suerte durante toda la prueba y al final, a un kilómetro de la meta fue eliminado.
La prueba de ayer fue, en parte, un reflejo de lo que ha sido su carrera deportiva. Una carrera brillante en la que, sin embargo, no han faltado momentos desgraciados. Una carrera en la que el ibicenco ha puesto ganas, sufrimiento y en la que, en ocasiones, no le han dejado demostrar su valía.
Avellaneda siempre recuerda que antes de llegar a la marcha pasó, como todos los niños, por casi todas las disciplinas del atletismo. «Me ganaban hasta las niñas. Hasta que probé la marcha», explicaba él mismo. Luego se marchó fuera de Eivissa a estudiar historia (licenciatura que logró hace unos años) y desde Barcelona saltó al escenario nacional e internacional cuando formando parte de la selección española logró el oro en la Copa de Europa de Dudince en 1998.
A partir de ahí (esa fue la primera vez que bajó de las 4 horas) su carrera fue cada vez mejor. Tres medallas de bronce en el Campeonato de España y sus prestacioones en Copas de Europa y del mundo son sus credenciales.
Los momentos amargos llegaron cuando se acercaban retos mayores. Primero el error que el propio seleccionador nacional de marcha reconoció de no seleccionarle para el mundial de Paris (2003) y luego cuando, ya incluido en la lista de Josep Marín para los Juegos Olímpicos de Atenas (2004), el presidente de la Real Federación Española de Atletismo (RFEA), José María Odriozola, le excluyó en favor de otro candidato aduciendo razones poco claras y revocando (por primera vez en 20 años) la decisión del máximo responsable de la disciplina. Sin embargo, el gusto que deja su paso por el panorama es bueno.
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