David Meca, frente al Club Nàutic, donde había una pancarta alusiva a su hazaña.

Iván Muñoz
Tan fresco. Así compareció David Meca ante los medios de comunicación 24 horas después de conseguir una de las hazañas más grandes que se recuerdan en los últimos tiempos para explicar los pormenores de su travesía. Aunque en su cara todavía se podían ver las secuelas de las picaduras de medusa, el aspecto y la lucidez de este hombre que llegó a nado a Sant Antoni desde Jávea era el mismo que si hubiera estado haciendo unos largos en la piscina de su urbanización.

Meca no sólo dio las gracias a los componentes de su equipo por luchar junto a él en el agua durante un día y donde las condiciones no fueron nada fáciles. También agradeció a los medios, los aficionados y a los habitantes de la isla, especialmente del pueblo de Sant Antoni, que se volcara con él a la hora de conseguir la gesta. Un apoyo que fue fundamental sobre todo en los metros finales, cuando el nadador apenas podía ya bracear debido al frio, el agarrotamiento y el cansancio. «Jamás había llorado en una travesía y os puedo asegurar que en el último tramo del puerto tuve que levantarme las gafas varias veces, a pesar de que las tenía incrustradas en la cara por lo hinchada que la tenía», reconocía. «Aunque costó llegamos, y recuerdo que la llegada fue un fiesta, con todos ayudándome y dando ánimos, y los barcos tocando la bocina», explicaba. Porque a pesar de la imagen que mostraba cuando puso el pie en el muelle, asegura que estaba consciente y que recuerda perfectamente todo lo que le rodeaba.