En un partido de dirección única, con diez jugadores colgados del larguero, el Real Madrid no necesitó tirar de todo su repertorio para tumbar a un Mallorca tembloroso, que atrapó un empate en medio de la nada y que aguantó el asedio blanco hasta el minuto 80. El Madrid ganó por insistencia. Por pesadez. Por inercia. No se desesperó ante la decena de camisetas rojas que se posaron delante de Miquel Àngel Moyà, el mejor del partido. Samuel y Solari, dos de los integrantes de la clase media, cerraron un duelo que mantiene al grupo de Héctor Cúper en el fango de la clasificación, a seis puntos de la salvación y con tres finales en el horizonte. Por lo visto ayer, habrá que aportar algo más que la acumulación de defensas para tomar oxígeno (3-1).

El Mallorca apareció blando y sin sangre. Temeroso y escasamente convencido de sus posibilidades, el grupo de Cúper salió con las cartas marcadas desde la primera acción del partido. Renunció al juego y al balón, colgó a diez jugadores del larguero y se puso a rezar. Una actitud suicida ante el Real Madrid. El grupo de Luxemburgo agradeció las facilidades de su rival, encendió el fuego y se puso a cocinar el primer gol. El descomunal despliegue físico de Thomas Gravesen, que dejó a Guti en el banquillo en contra de lo que se había escrito en las vísperas,fue fundamental para que el Madrid encontrara la paz primero y el gol después.

El Mallorca perseguía sombras, no era capaz de recuperar el balón y se sentía intimidado en medio de un rosario de llegadas blancas. El Madrid no necesitó tirar de todo su repertorio para ligar minutos de seda y fútbol ante un rival que aguantó el asedio encerrado en su parcelita del área, achicando agua y regalando balones.

Con esas sensaciones, el Madrid coleccionando oportunidades y el Mallorca tiritando, el primer gol era cuestión de tiempo. Una rosca de Beckham engendró una ocasión de lujo que abortó Iuliano. Después llegaron los disparos de Ronaldo, de Zidane, otro de Raúl... Daba la sensación que el Madrid marcaría en cualquier momento.

Pero tuvo que ser en la jugada más inesperada. Pereyra llegó tarde en una acción de Roberto Carlos, que ya se escoraba a la esquina, metió la pierna con torpeza y Daudén señaló el punto de cal. Figo no perdonó y la clavó en la escuadra (min. 35). Pero el Madrid se dejó llevar por la marea, bajó la guardia y se dejó llevar hasta el precipicio.

El impacto despertó al Mallorca, recordó que al fútbol se juega con balón y llamó a la puerta de la fortuna. En una falta escorada, más propicia para colgar el balón que para el chut directo, Alejandro Campano, ayer improvisado lateral derecho, sorprendió a Casillas con un chut preciso por fuera de la barrera que bajó los decibelios de Chamartín (min. 41). Increíble, pero cierto. El Mallorca cruzaba el ecuador del partido con un empate inesperado. El Madrid acumuló 21 llegadas en el primer tiempo; el Mallorca, sólo 2...

El grupo balear se sintió igual de perdido en la reanudación. Acumuló hombres en las narices de Moyà, se cansó de correr detrás del balón y de camisetas blancas y se encomendó a algún balón largo a Luis García o Romeo, inéditos toda la noche.