Dicen que la Copa Davis lo cambia todo. Al margen de
sentimientos patriotas, jugadores con ránking inferior ganan
partidos imposibles y especialistas sobre pista rápida parece que
han jugado toda su vida sobre arcilla. Por eso Carlos Moyà no ha
dejado nada a la improvisación. Ha preparado durante un mes y medio
todos los detalles de una final con un acento totalmente
mallorquín.
Cuando Neus Àvila (una de las componentes del gabinete de prensa
de la Real Federación Española de Tenis) anunció durante la
ceremonia del sorteo que Carlos Moyà y Rafael Nadal serían los
encargados de jugar los individuales comenzó una cascada de
acontecimientos que han provocado que el deporte balear disfrute
del momento más importante de su historia.
El viernes por la mañana Carlos Moyà lanzaba el primer aviso. Su
ilusión-obsesión por ganar la Ensaladera no era una fachada y
firmaba uno de los partidos más sólidos de su carrera deportiva. No
era nada fácil abrir la eliminatoria y enfrentarse a Mardy Fish, un
adversario tremendamente peligroso que no podía perder nada en el
enfrentamiento. La del mallorquín fue una lección de serenidad.
Su triunfo se vio difuminado por la exhibición de Rafael Nadal.
El manacorí borró a Andy Roddick de la final. El G-3 le pidió que
exigiera un gran esfuerzo físico a Andy Roddick y Rafael cumplió
las órdenes. Obligó al estadounidense a realizar muchos kilómetros,
pero no se conformó con eso. Demostró que es un ganador y sonrojó
al estadounidense. Fue la consagración del joven mallorquín como
una de las mejores raquetas del circuito mundial y sirvió para
España afrontara la jornada del sábado con un 2-0.
Este marcador tan claro hizo que la táctica de Arrese, Avendaño
y Perlas se modificara.
Así, Juan Carlos Ferrero, defenestrado el jueves, y Tommy
Robredo saltaron a la pista para medirse a los hermanos Bob y Mike
Bryan, los número uno del mundo en dobles.
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