CARLOS MONTES DE OCA
El Mallorca de Cúper escapa del fango. En sólo tres partidos, el argentino le ha lavado la cara a este equipo a base de una pizarra que no admite confusiones: orden desde atrás, fundamentos defensivos sólidos y salida fulminante a la contra. El Zaragoza, que sumaba siete meses sin perder en su estadio, se desintegró con una fórmula que le permite al grupo balear amarrar su segunda victoria del curso y consolidar su tránsito hacia la curación definitiva (0-1).
La crisis del Mallorca no dio migajas a un Zaragoza resquebrajado por dentro, sin recursos. El equipo de Cúper se encontró con el gol de Luis García, lo que facilitó enormemente el desarrollo del guión que repartió el entrenador argentino en el vestuario. Jugando a ráfagas, defendiendo con ahínco y acierto, y desdoblando con velocidad, mantuvo al Zaragoza alejado de la disputa de los puntos. Sólo Savio trató de aparecer, intervenir y tejer el escaso fútbol de su equipo ante un Mallorca anclado en la hierba de forma académica. La primera parte se vistió de rojo y negro. Arango irrumpió con descaro por la izquierda, Farinós dirigió el tráfico con sentido y las puntas crearon desajustes en terreno enemigo con sus asociaciones.
El Zaragoza tardó en entrar en el partido. Le costó aparecer y sólo los arranques de Savio le despertaron de una sorprendente modorra. La apuesta maña, el Savio contra todos, no abrió el candado balear. El bloque de Víctor echaba de menos la movilidad de Villa, que no pasó la prueba y comió pipas en la grada. Poco a poco, la maquinaria ofensiva del Mallorca se puso en marcha y la zaga maña se fue doblando. Avisó Perera con un pase de la muerte que murió en las botas de Arango. El Zaragoza respondió con fiereza. Primero con un disparo lejano de Ponzio que Westerveld escupió con sus puños y después con un disparo de Galletti que despejó Ramis a córner.
El empate se quebró en un minuto alocado. El Zaragoza pudo voltear el electrónico tras un saque de esquina. Galletti templó desde la izquierda un balón que convirtió en inalcanzable los deseos de los centrales y en el corazón del peligro, en el vértice del área pequeña, Alvaro arrojó la ocasión por el desagüe con la testa. Westerveld apenas resopló, tomó el balón y sacó largo. Perera inventó un pase de orfebre para habilitar a Luis García, que aprovechó la torrija de Milito para resolver a la media vuelta por debajo de las piernas de su homónimo (min. 19).
El gol acentuó las virtudes mallorquinas y desquició al Zaragoza. La atosigante presión de Farinós sobre Movilla establecía un cortocircuito considerable en la creación, agravado por la dificultad de Cani para desatascar el centro del campo. El bloque de Víctor Muñoz se limitó a estrellar balones contras las piernas mallorquinas. Sólo Savio lograba dar agilidad a al pelota. Un disparo suyo que repelió Westerveld bajó la persianan de un primer tiempo teñido de rojo y negro. La segunda parte arrancó con un brote de rabia doméstico y un Mallorca encerrado en su parcelita de área que racionaba sus acometidas. Todos juntos, presionando como un acordeón, con la línea de fondo convertida en un frontón, con un capítulo aparte para Iván Ramis, con un imán en su cabeza, y con Westerveld arañando segundos en cada saque de puerta.
Farinós y Pereyra se fajaron en trabajos de albañileria y dejaron la arquitectura para tipos como Luis García y Perera. Cúper miró que la aguja del depósito descendía y metió en la arena a Tuni, que aportó velocidad a su carril, por un fatigado Arango. Los últimos minutos se convirtieron en un monólogo. Con el Mallorca colgado de su larguero, las camisetas rojas se multiplicaron para acometer las embestidas de un Zaragoza tan insistente como desacertado. El partido 400 de Marcos puso el colofón a una tarde perfecta.
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