¿Hay algún país en el que un entrenador extranjero reciba
aplausos mucho más fuertes que los jugadores nacionales al ser
presentados?. La respuesta es sí. Eso ocurre en Corea del Sur,
entregada en cuerpo y alma al nuevo encantador de serpientes. La
victoria sobre Italia ha extendido a Hiddink un cheque en blanco en
el que puede escribir la cifra que quiera. El Gobierno piensa
cambiar las leyes por si desea adquirir de inmediato la
nacionalidad coreana. La presidencia de la República se le queda ya
pequeña, como hipótesis.
Sin embargo, no siempre fue así. Hiddink se hizo cargo de la
selección coreana en enero del 2000 y tuvo que pasar por malos
momentos antes de convertirse en la encarnación de un dios
solicitado por políticos y empresarios.
Hace sólo unos meses Hiddink no era en Corea un hombre popular
en el sentido afectivo del término. Los medios de comunicación le
bautizaron con dos cifras: «mister 5-0», para echarle en cara la
derrota contra Francia en la Copa de las Confederaciones. Los
críticos deportivos le acusaron de cometer errores en la selección
de los jugadores. La multinacional Samsung retiró a Hiddink de una
campaña publicitaria después del 5-0 «porque transmitía malas
sensaciones».
Hiddink no se desanimó y empezó por aplicar el método de la mesa
larga. El holandés advirtió que en las comidas del equipo se
formaban tres mesas separadas: la de los veteranos, la de los
medianos y la de los novatos, que no hablaban entre sí. Decidió que
hubiera una sola mesa para todos.
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