Marion Jones y Maurice Greene, la pareja más rápida del planeta en
los dos últimos años, consiguieron, en Sydney sus primeros laureles
olímpicos y devolvieron a Estados Unidos la supremacía absoluta de
la velocidad mundial que había perdido en los Juegos de Barcelona
'92.
Jones tenía tantas ganas de colgarse su primer oro olímpico, el
primero de cinco posibles en Sydney, que puso el motor de sus
piernas a toda máquina y llegó a la meta en 10.75 segundos, 37
centésimas antes que la segunda clasificada, la griega Katerini
Thanou (11.12). La jamaicana Tanya Lawrence impidió, por una sola
centésima, que su compatriota Merlene Ottey, de 40 años, se colgara
la medalla de bronce en su despedida olímpica, y Bahamas, que había
metido a sus tres representantes en la final, copó los últimos
puestos.
Maurice Greene tuvo una carrera tan plácida como Marion Jones.
Después de pasarse varias veces su lengua de bóvido por los labios,
Greene embistió al aire por la calle cinco, se irguió a los 20
metros y se olvidó de sus rivales. Venció en 9.87 segundos. La
carrera careció de la emoción de los viejos duelos entre Ben
Johnson y Carl Lewis. Greene, que perdió dos veces a principios de
temporada, se encuentra desde hace meses en un estrato superior al
de sus rivales. La felicidad de Greene, que lanzó sus zapatillas a
la grada, fue completa. Su amigo del alma Ato Boldon llegó segundo,
doce centésimas después que él, a la meta. Los dos se fundieron en
un abrazo a tres con su común entrenador, John Smith, y dieron
rienda suelta a las lágrimas durante varios minutos.
Michael Johnson gastó su segundo par de zapatillas de oro en la
segunda ronda de 400 metros. El texano se paseó, mirando a un lado
y a otro, en la recta de meta antes de vencer en 45.31 sin el menor
esfuerzo y, contra lo que dijo hace días, lanzó sus zapatillas a
los espectadores que se las reclamaban.
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