Lucia Ortin Boetti es madre de una niña de dos años, educadora social de profesión y tras meses cambiando su canal de televisión cada vez que emitían las duras imágenes de los refugiados, ha decidido hacer algo. En compañía de una amiga ha comprado un billete a Atenas, buscado un lugar donde dormir, reservado un vehículo de alquiler, grande por si fuera necesario transportar material, y se ha dado de alta en el Gobierno como voluntaria independiente. Con toda la ayuda que ha podido recoger de sus conocidos y familiares, con los más de 2000 euros que han recibido en donaciones y con su mochila cargada de emociones encontradas, Lucia Ortin partió anoche hacia Atenas, dejando a su hija de dos años al cuidado de su pareja en un claro ejemplo de que hace más el que quiere que el que puede. El viaje, la experiencia de ayuda humanitaria de esta ibicenca, puede seguirse a través del blog que han creado para ello, Un lugar llamado Ritsona, que en su última entrada antes de partir decía así: «a medida que se ha ido acercando la fecha del viaje, la luz de las ganas se hace grande, y junto a ella la sombra del miedo que va de la mano».
—¿En qué momento y por qué toma la decisión de partir como voluntaria hacia Grecia?
—Fue por esa sensación de miedo, de que pasen cosas en la vida y de que al echar la vista atrás no puedas pensar: hice algo por ayudar. Se me estaba removiendo la conciencia y no quería que este horror cayese sobre mis espaldas. Porque en tu propia ciudad siempre puedes hacer cosas. Pero es bestial que a sólo dos horas de aquí en avión esté pasando esto con tanta gente. Ahora son más de 50.000 personas, las que están siendo tratadas como perros y era horrible ver esas imágenes.
—¿Qué le aportaban esas imágenes?
—Siempre achacaba a mi maternidad esa sensibilidad que se me disparaba al ver las escenas en la televisión. Le decía a mi pareja que cambiara de canal, que no tenía ganas de verlo. Después me quedaba esa sensación de que era así de fácil, de que simplemente cambiando dejabas de ver el problema.
También es cierto que, después de todo esto, he entendido que los medios le están dando un enfoque muy particular a este asunto. Se están aprovechando de estas imágenes tan duras para ser dramáticos y no tanto para informar sobre la situación o conseguir que el resto de la población sienta la empatía necesaria para movilizarse.
—¿Su situación personal le favorece poder ausentarse durante estos días a Grecia?
—No exactamente. Mi hija tiene dos años y nos hemos organizado al máximo posible para que mi pareja disponga de vacaciones, pero mi hija sigue tomando pecho. Va a ser la primera vez que me separe de ella, supongo que será la manera de cortar esta unión. Quizás, cuando me paro a pensarlo, es lo que más me frena y me supone un mayor vacío. Seguro que cuando vuelva, agradeceré la vida que tengo y sabré relativizar mucho mejor.
—¿Cómo se organiza un viaje de estas características?
—Ya llevo dos o tres semanas muy involucrada con el campo, elaborando protocolos de propuestas de mejora y demás. Nosotras nos compramos un billete económico a Atenas, nos buscamos donde dormir y reservamos un vehículo para desplazarnos. Además, hay páginas muy interesantes gestionadas por grupos de voluntarios. Por ejemplo, hay una oficial de Facebook que se llama Bienvenidos Refugiados Voluntariados Grecia en la que te explican cómo organizar tu voluntariado. Van actualizando todas las informaciones que van llegando y es muy interesante seguirla porque incluso explican cómo se puede ayudar desde casa.
—Y ¿cómo se puede ayudar desde casa a los refugiados?
—Pues un modo sería desde el movimiento de redes, compartiendo información y en contacto con las necesidades que van comunicando en el momento. Por otro lado, mucha gente que va a hacer voluntariados, cuando vuelve se queda en estado de shock. Es muy importante asimilar lo que has vivido. En esa labor, muchas personas realizan ponencias y conferencias. Es un modo de seguir en el proyecto, de sentir que no es que vuelvas y desconectes.
—¿Cuáles son las grandes necesidades de los refugiados de Grecia ahora?
—Hay muchísima ropa, no hace falta más. En cuanto al dinero, es muy importante valorar los proyectos que hay y dónde es mejor destinar ese dinero. Como voluntaria independiente, es muy difícil llegar y ponerte a comprar cosas y repartir porque no lo harías de modo equitativo. Hay muchísimos proyectos en marcha para mejorar la calidad de los campos de refugiados que, se prevé, van a ser de muy larga estancia. Hay un proyecto muy interesante que trata de tarimar las tiendas de campaña del campo entero. Es un proyecto que cuesta unos 80.000 euros basado en la necesidad palpable de aislar unas tiendas que están ubicadas sobre tierra y grava.
—¿Por qué ha elegido el campo de refugiados de Ritsona para llevar a cabo su ayuda humanitaria?
—Lo que más me ha impresionado de este campo es que allí hay unos 200 niños, de los que cerca de 50 de ellos tienen menos de dos años, es decir, son bebés que están como locos sin pañales y sin productos de bebés y, además, hay unas 23 mujeres en avanzado estado de gestación que pronto darán a luz, con lo que es muy probable que yo vea nacer a algunos de esos niños en. No puedo evitar recordar que, cuando nació mi hija, me imaginaba las cositas que yo quería tener. Quería que estuviera calentita con su manta, que no le faltara su habitación o sus zapatitos. Esta gente no tiene nada, ni tan siquiera las conidiciones de higiene básicas para que nazcan los niños y las mujeres recién paridas puedan prevenir enfermedades.
—¿Cuáles son las características de Ritsona?
—Era un antiguo pinar en el que el ejército ha habilitado una explanada tirando algunos pinos y echando gravilla por el suelo. Allí han habilitado 180 tiendas de campaña en las que viven familias. No tienen agua, probablemente haya un camión que rellena una cisterna. No tienen electricidad, solo generadores que ha puesto el Gobierno. No tienen cocina, sino que un servicio de catering les sirve comida europea, con lo que su alimentación tampoco está siendo de lo más equilibrada.
Ahora mismo hay alrededor de 1000 personas en de origen kurdo, sirio, irakí y afgano que se refugian en Ritsona. Ellos están como a dos horas de Atenas, en una especie de vacío legal en cuanto al tema del asilo. No tienen modo de ir a la capital ni nadie que les pueda ayudar a legalizar su situación. Tampoco hay nadie que les esté asesorando jurídicamente para ello. Les han colocado ahí y viven en algo parecido a una trampa. Saben que probablemente en seis meses se tendrán que marchar.
—¿Cómo consideras que podrías ayudar allí?
—De cualquier modo, me emociona mucho poder estar con niños y mujeres, buscar en esos ojos una amistad, pero también sé que si me pongo a cavar zanjas porque no tienen cuartos de baño, y me reviento a hacer trabajo físico también me voy a sentir muy útil.
—¿Con qué ánimos parte?
—Me voy preparada después de estas dos semanas, un poco tensa porque es algo que no he vivido y muy emocionada porque sé que va a ser un gran shock en mi vida y me va a cambiar muchas cosas y espero poder gestionarlo emocionalmente.
—Si estuviera en su mano, ¿qué haría para evitar esta dramática situación?
—Pues de momento, obligar a cumplir los acuerdos internacionales que se están decidiendo entre Europa. España tiene que acoger a 16.000 refugiados y el año pasado acogió a 18 personas.
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