Jens Martin, el alemán asesinado el pasado martes en una carretera
de Colinas Aníbal, no se comportó de una manera especialmente
extraña que hiciera pensar a quienes le conocían que estuviera en
dificultades y mucho menos que su vida corriera peligro.
En las horas antes a su muerte, ocurrida supuestamente cuando
regresaba en moto a su casa sobre las tres de la mañana y tras
recibió tres disparos, sólo se registraron dos hechos que sí
merecieron la atención pero a los que tampoco se da especial
importancia. Al menos éstos no se consideran resolutivos.
El más significativo se produjo cuando éste se despidió de uno
de sus más íntimos amigos, fundiéndose con él en varios abrazos.
Este explicó que al recibir estos abrazos era como si le hubieran
hecho un gesto muy particular, utilizado para decirle adiós a una
persona que vas a tardar en ver. Se precisa, sin embargo, que ello
bien pudo ser una muestra de efusividad más habitual de lo que era
normal en Jens Martin, un hombre de por sí muy reservado, como ya
se ha dicho.
Tampoco se le da excesiva importancia a que Martin, natural de
Munich y de 41 años, sin antecedentes en España ni en su país,
decidiera de improviso no acudir a las fiesta de los tambores por
la paz en Sant Joan la noche en que fuera asesinado de tres
disparos. A ello se había comprometido con uno de sus amigos, pero
a última hora explicó que prefería ir a Sant Agustí. Horas después
alguien le siguió o le esperó.
Un testigo, la persona que halló el cadáver, en declaraciones
anteayer a este periódico manifestó que esta última posibilidad
podía existir por las impresiones que recogió varias veces en la
zona, en hechos que plantean la posibilidad de que se hubiera
estado vigilando el lugar. No hay datos más inmediatos que rompan
la aparente normalidad para un hombre que quienes decían conocerle
no ven bajo ningún concepto relacionado con personas que pudieran
estar metidas en asuntos mafiosos.
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