Las horas que siguieron a la violenta muerte de Llúcia Ferragut no sólo estuvieron marcadas por el dolor. El barrio de la Marina unió a su sentir una profunda explosión de indignación por la situación de inseguridad que desde hacía tiempo venían denunciando sus vecinos y comerciantes, hartos de que cada invierno los asaltos y el miedo a sufrir un robo se convirtieran en algo cotidiano.

Más de medio millar de personas acompañaron al féretro de Llúcia por las calles próximas al puerto de Eivissa al concluir su funeral en la iglesia de Sant Elm en un acto de contenida emoción que tuvo lugar en la tarde del pasado 19 de diciembre. La comitiva, tras despedirse al coche fúnebre, se convirtió espontáneamente en una manifestación que dirigió sus pasos hacia las puertas de la Dirección Insular y de los juzgados. El barrio, con sus comercios cerrados mostrando crespones negros, llevó hasta ambos edificios no sólo las muestras de duelo por lo ocurrido sino también un grito unánime para pedir justicia y mayor protección policial.

La detención de Manuel Moreno Muñoz, quien pocas horas antes había ingresado en la prisión de Eivissa después de que la policía llevara ante el juez sus ropas manchadas de sangre, el martillo con el que supuestamente golpeó a Llúcia y las joyas que le robó, fue el detonante de una situación que la Marina vivió con el sentimiento de que la víctima podía haber sido cualquiera de los vecinos.

El sospechoso, vecino de sa Penya y reconocido toxicómano, había sido detenido por última vez hacía 16 días. Sumaba 34 detenciones. Su perfil correspondía al del joven que los vecinos de este barrio estaban acostumbrados a ver por sus calles o buscados por la policía como presuntos autores de un nuevo robo: delincuentes habituales con la Marina de estación de paso antes de subir a sa Penya para obtener una nueva dosis de heroína.