«No pienso en que me va a pasar algo malo y voy a morir, si pensara eso no no iría». De esta forma afronta Jorge Nacher, un valenciano afincado en Sant Antoni desde hace tiempo, su segundo viaje a Ucrania en los últimos meses para «ayudar en todo lo que pueda» a la gente que está sufriendo los horrores de la guerra. «Creo que voy a ayudar. Pienso en que si algún día nos pasara algo en España, nos gustaría que nos ayudaran», reconoce. Allí pasará nueve días de sus vacaciones y afrontando todos los gastos del viaje de su bolsillo, «a excepción del billete de avión que me lo ha facilitado viajes Marazul».
El primer viaje que realizó, hace ahora dos meses, fue para llevar medicamentos a Ucrania. «Empezamos a recabar material y a pedir ayuda para costear el viaje, con gasolina, peajes y hoteles para pernoctar. Cogimos la furgoneta, fuimos en barco a Barcelona y de ahí estuvimos tres días conduciendo hasta llegar a Ucrania, donde recalamos en el centro estatal de emergencias para dejar todo el material, y allí pasamos dos noches con ellos en la universidad de Leopolis. Fueron 3.000 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta», recuerda este voluntario.
Para esta segunda misión «se vuelven a poner en contacto conmigo, porque hacen falta conductores para echar una mano en la evacuación de civiles en las zonas que están siendo bombardeadas por Rusia. Me puse en contacto con el grupo con el que hice el primer viaje, y de los ocho que estuvimos cuatro nos ofrecimos a buscar fechas para ir a ayudar. Yo seré el primero que vaya, concretamente este miércoles, y los otros se irán incorporando poco a poco, porque así daremos una mayor cobertura de conductores durante más tiempo». «Mi idea era que hasta septiembre u octubre no volvería a Ucrania, pero visto lo visto y la ayuda que necesitan me marcho yo solo», subraya.
Y es que, las ongs con las que va a colaborar Nacher, Team Humanity y Help Solidarity Projects, sólo tienen dos conductores, Salam Aldeen y Vicente Carcar, que llevan allí desde el inicio de la guerra, para cuatro vehículos. Unos conductores que, por ejemplo, este mismo lunes tenían previsto proceder a la evacuación de 400 personas. «Hay veces que están hasta 40 horas sin dormir para poder hacer el mayor número de viajes posible y sacar a cuanta más gente mejor de la zona de conflicto», señala.
Estas evacuaciones las gestiona directamente o el gobierno o la iglesia, que se ponen en contacto con las organizaciones cooperantes, a las que facilitan el listado de las personas a las que hay que evacuar y dónde hay que llevarlas. «Nosotros hacemos extracciones desde Mikolaiv y Kramatorsk y los llevamos a la ciudad que nos mandan en Moldavia, donde otra asociación se encarga de sacarles del país para llevarlos a Alemania».
Hay que insistir en que las zonas en las que tienen que operar estos voluntarios están en plena ebullición bélica y es lo más habitual pasar con el autobús por ciudades totalmente destrozadas, cruzarse con tanques o presenciar bombardeos.
Jorge Nacher destaca de la primera misión que realizó la forma en que afrontan los ucranianos el conflicto bélico. «Me cautivó la normalidad y el día a día que llevan. En Leopolis, por ejemplo, se podría decir que hacían una vida normal. Las cafeterías estaban abiertas, las librerías, las iglesias… todo estaba abierto. Lo que llamaba la atención es que, esos murmullos que se suelen escuchar en las cafeterías, allí no los escuchabas. Había silencio, podríamos llamarlo respeto o miedo porque en cualquier momento podía pasar algo».
Recuerda también que una de las noches, tras el toque de queda, sonaron las alarmas de ataque aéreo y tuvieron que refugiarse en un sótano junto al resto de efectivos de emergencias. «Ese es su día a día. Ese contraste en ver a padres, por ejemplo, jugando con los niños en un parque, y al lado unos militares defendiendo una zona»
Pese al peligro que conlleva Jorge Nacher tiene muy claro que «siempre que necesiten ayuda y pueda, iré, mientras mi trabajo, mi economía y mi salud me lo permitan», concluye.
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