El recorrido y la representación se realizó bajo la lluvia lo que añadió más espectacularidad y dramatismo al Vía Crucis. | Daniel Espinosa

Ayer por la mañana los miembros de la Banda de Cornetas y Tambores de Santa Eulària organizaron y representaron y representaron una nueva edición del Vía Crucis viviente de la localidad. Sin embargo no fue una edición más. Además ser la número 20 ésta se desarrolló bajo una intensa lluvia que obligó a cambiar el lugar de algunas de las 14 paradas. Así, a partir de la décima, cuando Jesucristo es despojado de sus vestiduras, y hasta la última, cuando es enterrado, se desarrollaron en el interior del Puig de Missa.

Además, este año también hubo una importante variación. Los que ya son habituales en este Vía Crucis inmediatamente detectaron un cambio en el reparto de esta pequeña superproducción. Por primera vez en muchos años Juan Fajardo no era el verdugo dejando su puesto a un joven Alejandro López, quien lo hizo con el mismo buen hacer que su predecesor. También volvieron a brillar con luz propia el resto de participantes, desde la legión de siete romanos con unos trajes cada vez más logrados, María, perfecta en el papel de mujer destrozada por la muerte de su hijo, pasando por la Verónica y su pañuelo con la Santa Faz, las mujeres piadosas de Jerusalén o Simón de Cirena. Y entre ellos, siempre con discreción pero atengo para que todo salga a la perfección iba Andrés Ramos, presidente de la banda e impulsor de esta Vía Crucis viviente.

Aún más dramatismo al recorrido
La lluvia y el viento provocaron que durante el recorrido hubiera menos turistas de lo habitual. Además, gracias a la intervención por segundo año consecutivo de los miembros de Protección Civil de Santa Eulària los fotógrafos de los medios de comunicación pudieron hacer mucho más tranquilos su trabajo sin cientos de móviles y curiosos abalanzándose sobre Jesucristo.

Éste papel volvió a recaer un año más y ya van catorce en Jesús Ángel Ramos. Su recreación de todo lo que vivió Jesucristo volvió a ser espectacular teniendo en cuenta además que la lluvia y el frío añadieron aún más dramatismo a su recorrido. Sus caídas contra el suelo, su esfuerzo con la cruz que pesa más de 35 kilos y su encuentro con su madre, parecen escenas que bien podrían formar parte de una película. Por ello, no es extraño que muchas turistas se llevaran más de un susto, se sobrecogieran, lloraran y afirmaran, como en el caso de la gallega María, «que esta gente tiene el cielo ganado con todo el esfuerzo que están haciendo». Además, muchos pensaron que todos los actores iban a acabar con una fuerte pulmonía al tener que aguantar estoicamente bajo la lluvia las lecturas de las estaciones que llevaron a cabo, como es habitual, una comitiva de fieles, encabezada por el cura de Santa Eulària, Vicente Ribas.

Finalmente, casi a la carrera todos llegaron hasta el Puig de Missa, donde Jesucristo, ya agotado por el esfuerzo, y sus acompañantes se encontraron en el pórtico con quien estaba dando los últimos retoques a las imágenes que saldrían por la noche en la procesión del Viernes Santo. Allí le quitaron sus vestiduras y lo introdujeron dentro, donde le esperaba la cruz en la que iba a ser crucificado. Frente al altar, y en una imagen de gran simbolismo y realismo, lo subieron y lo clavaron para luego fallecer mirando a su madre y tras pronunciar «Señor, Dios, Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Después, entre un silencio sobrecogedor, lágrimas, cantos y muchos teléfonos móviles y después de que una señora mayor se sentara sin quererlo en el botón de encendido del cañón de humo, Jesucristo es bajado de la cruz. Tras envolverlo en una sábana prestada por José de Arimatea, ser cargado por los romanos, dejado sobre el altar y después de que esta vez sí el cañón de humo hiciera su función a tiempo, desaparece. Es uno de los momentos más emotivos. Es el final y muchos de los asistentes no saben que ha pasado. Se miran entre ellos y se quedan con ganas de mas.

Sin embargo, todo ha acabado y es turno de irse a casa. A tomarse un caldo, secarse y felicitarse por el trabajo cumplido mientras la lluvia, tal vez como un símbolo, ha concedido una tregua. Un duro trabajo que hace que el nivel del Vía Crucis viviente de Santa Eulària siga aumentando año tras año. Son dos décadas de un evento que se ha convertido en un referente de nuestra Semana Santa y que es posible gracias al esfuerzo y al empeño personal de un grupo de valientes, los miembros de la Banda de Cornetas y Tambores de Santa Eulària que lo hacen por pasión y sin cobrar un solo euro.