Manuel (nombre ficticio) empezó a jugar en Valencia y el problema se agravó en Ibiza . | Irene Arango

«Empiezas a jugar en ocasiones puntuales y vas ganando dinero; empiezas a gastarte lo que te tocó ayer que, al juntarse con lo que quieres recuperar, hace que entres en un círculo». Estas son las palabras de Manuel (nombre ficticio), un valenciano de 32 años que está intentando superar su adicción a la ludopatía.

Todo empezó en su ciudad natal hace aproximadamente 10 años cuando, tomando un café con unos amigos, decidió echar el dinero sobrante de la cuenta en la máquina de un bar. «Te toca un premio grande y dices: ‘Lo dividimos entre todos', pero luego piensas que esa cantidad puede ser para ti solo», cuenta. Esto hace, según su experiencia, que te presiones y empieces a evadir tus problemas en las máquinas tragaperras.

El problema se acrecentó hace casi cuatro años cuando decidió, junto con su mujer, venir a vivir a Ibiza. «Ella es ibicenca y decidimos venir aquí porque estaba mejor el panorama laboral; más dinero en el trabajo, sitios nuevos para jugar y más libertad para hacerlo porque no te conoce nadie», indica Manuel. En este punto es cuando, a su juicio, el juego se te va de las manos.

«Empiezas a mentir, a engañar, a manipular; incluso llegué a robar dinero de la empresa en la que trabajo», explica. La primera vez que lo hizo fueron 300 euros que pasaron desapercibidos, pero la última -unos 600 euros- hizo que tuviera que mentir al gerente diciéndole que había perdido el dinero. «Me da facilidades de pago para que pueda devolverlo y dejo de jugar», añade.

Antes de esto ya tuvo que confesar a su mujer lo que estaba pasando, lo que hizo que Manuel acudiera al Centro de Adicciones y Drogodependencia de la isla. «En este momento tuve el apoyo de un amigo que pasó por estas instalaciones, pero en Mallorca. A raíz de que él deja mi empresa, en enero del año pasado, una discusión entre mi madre y mi suegra hace que recaiga unos meses después», argumenta. Aún así, sabe que achacó el problema al juego cuando «eso no es así».

Y es que, en esta ocasión, Manuel llegó a traficar con drogas para conseguir dinero que le permitiera no solo tapar las deudas que tenía, sino seguir jugando a las tragaperras. «Se te pasa de todo por la cabeza, vendes todo lo que pillas y podría estar 10 horas contando las cosas que he llegado a hacer», explica este valenciano afincado en Ibiza.

La recaída llegó al poco tiempo cuando «me vuelven a pillar», dice; algo que, para él, le ha salvado la vida. Y es que «es difícil darse cuenta, por uno mismo, del problema que hay con el juego». Es en este momento cuando decide acudir a Proyecto Hombre, empezar un tratamiento y contar lo que estaba sucediendo en su empresa. «Evidentemente tienes miedo porque es motivo de despido más que suficiente», pero nada más lejos de la realidad le pasa todo lo contrario. «Se ponen a mi favor, me dan cambio de ruta y me prohíben llevar el móvil en el trabajo. Además, si pago algo tengo que enseñar el tiquet», dice con la voz entrecortada. Esto es así porque jugaba en horas de trabajo, para que la adicción no se supiera en su casa, siempre cuidando que en los bares que frecuentaba no iba gente de su entorno.

Dice que, en todo momento, es consciente de lo que pasa, pero si no le hubieran llegado a «pillar» seguiría jugando a las máquinas. Porque Manuel ni acudía a salones de juego ni hacía apuestas online ni tampoco deportivas.

Experiencia
Su mujer ha sido, en palabras de Manuel, su apoyo incondicional. Lo dice llorando y sabiendo el dolor que ha provocado su adicción en su familia. Tiene dos niños pequeños -de 18 meses y dos años- y lo que más se echa en cara es haber desaprovechado los primeros meses de vida de su primer hijo.

«Soy un enfermo y lo seré siempre», cuenta al tiempo que añade de que la ludopatía «es una lucha de por vida» que la sociedad no quiere ver. «No saben que esto es una enfermedad». De hecho, dice que no hay diferencia entre la adicción al juego y la adicción a las drogas. «Yo no tengo un nivel 2 y un alcohólico, por ejemplo, un nivel 5. Estamos todos en el mismo saco», apunta.

Así, indica que aunque su problema se agravara en Ibiza, si siguiera en Valencia «viviría debajo de un puente». Según cuenta, a un adicto le da igual un sitio que otro porque lo que quiere es jugar, pero para él «Ibiza y venir a Proyecto Hombre han sido una salvación».
Ahora acude una vez por semana a Proyecto Hombre y lo hace desde noviembre. «El cambio está siendo muy grande. Vengo con ganas y cuento lo que hago cada semana, tanto si está bien como si no está tan bien». Para él, es su segunda casa. «Para que los demás estén bien contigo, primero tienes que estar bien contigo mismo. En este sentido, tienes que ser un poco egoísta», afirma.

Manuel dice que, con su caso, quiere ayudar a todos aquellos que estén pasando por la misma situación. Es consciente de que solo se vive una vez y que hay que disfrutar de la vida. «He perdido 10 años y lo que aconsejo es, a los que no ven lo que pasa, que pidan ayuda».

También, por suerte o por desgracia, la ludopatía le ha enseñado quién está de su lado y quién no. Incluso en su familia. «Me están empezando a ayudar ahora y ayudar es preguntar, simplemente, ‘cómo estás'». «Antes me decían para ir al cine, etc, pero ayudar es dar un abrazo sin que te lo pida», añade.

Quiso poner un ejemplo reciente. Sus padres, en este camino, no han estado del todo a su lado, pero el otro día su madre le preguntó cómo llevaba el tema del azúcar. Y es que lo está dejando, también, porque le provocaba demasiada euforia. «Ahí le dije que ahora sí que me estaba ayudando», cuenta llorando. Y afirma que, desde noviembre que lleva en Proyecto Hombre, ha llorado cuatro veces contadas.

Su situación la van a conocer sus hijos cuando sean más mayores porque, según dice, es algo que está a la orden del día. Y se pregunta cómo puede ser que esté educando a sus pequeños de una forma que ni él mismo es capaz de aplicarse, pero que sabe que, tarde o temprano, será solo un capítulo más de su vida.