Algunos de los hermanos de la cofradía antes de comenzar el ensayo.

Cuando tienes una restaurada vas a por la siguiente; quieres más para conseguir montar tu propia colección», afirma Óscar Fajardo, que en sus ratos libres se encarga de restaurar motos antiguas. «Tengo familia y regento el restaurante El Naranjo; el poco tiempo libre del que dispongo lo empleo en esta afición porque me encanta desde hace años», cuenta Óscar. Y añade: «Restaurar una moto antigua es hacer una obra de arte; son piezas que aumentan su valor con el paso del tiempo».

Esta pasión por las motocicletas antiguas nace hace unos seis años, cuando se introdujo en este ámbito con algunas restauraciones esporádicas. Desde hace tres años, su afición ha crecido de manera exponencial: «En la actualidad estoy restaurando 17 motos; suelo tardar unos tres meses o más porque dependo mucho de las piezas, que vienen de la península y de países como Alemania». Sobre la dedicación que emplea en esta afición, Óscar comenta: «Paso muchos momentos de desesperación cuando veo que algo no me sale», cuenta Óscar. Concretamente recuerda una moto que le dio más de un dolor de cabeza: «La que más me costó restaurar fue una Lambretta porque para poner cualquier cosa tienes que desmontar media moto». También destaca que las motos con sidecar «suelen ser las más trabajosas porque tienes que equilibrar el sidecar para que no se vaya a los lados».

Óscar suele pasar las horas en el taller de Vicente Marí, que le cede las instalaciones para que trabaje en su afición. Arriba del taller se encuentra un pequeño paraíso para los amantes de las motos antiguas con diferentes modelos que van desde 1926 hasta 1965. Dentro de este mar de antigüedad se puede ver la primera moto que este hostelero restauró: «Después de la Guerra Civil en España surgieron muchos marcas de motos raras que desaparecieron al poco tiempo. Decidí restaurar la Maz del 58 porque era un modelo raro del que sólo se hicieron 158 motos; le dediqué unos cuatro meses, más o menos». l María José Real