John Kerry, a la salida del colegio electoral.

MARÍA LUISA AZPIAZU-WASHINGTON
Se calculaba que unos 125 millones de estadounidenses acudirían entre ayer y la pasada madrugada a las urnas en unos comicios considerados históricos, tanto por lo dividido que se encuentra el país como por ser los primeros desde los atentados del 11 de septiembre de 2001.

Desde el punto de la mañana en la Costa Este hasta la apertura de los colegios en California, tres horas más tarde, los electores han formado largas filas a la puerta de los centros de votación para depositar sus sufragios.

Algunos expertos estiman que votará hasta un 60 por ciento del electorado, un índice no registrado desde los comicios de 1968. En 2000 sólo lo hizo el 51,3 por ciento de los ciudadanos.

EEUU también elige a los 435 miembros de la Cámara de Representantes y a 34 de los 100 integrantes del Senado. El Partido Republicano controla ambas cámaras del Congreso y la oposición demócrata tiene muy difícil recuperar alguna, si bien con más esperanzas en el Senado.

Junto a ellos, batallones de voluntarios republicanos y demócratas trataban de influir en su decisión en el último momento, algo que por extraño que suene, es perfectamente legal en Estados Unidos.

Eso sí, en esta edición y tras lo ocurrido en Florida en el 2000, todo está perfectamente observado y se llevan a cabo prácticas hasta ahora desconocidas en los colegios electorales de Estados Unidos.

Los resultados de Ohio, junto con Pensilvania y Florida serán los tres más observados durante la noche electoral que se preveía larga. La seguridad nacional y la situación no muy boyante de la economía de Estados Unidos son el telón de fondo de esta elección, que se celebra tras cuatro años económicamente difíciles durante los que no se ha cumplido con las expectativas de creación de empleo.