El espectáculo roza el surrealismo: el buceador parece volar a cámara lenta junto a la avioneta hundida, convertida en submarino sin retorno.

JOSÉ MARÍA ALONSO

«Es el único pecio que hay en las Pitiüses en el que, en lugar de un barco hundido, se puede bucear alrededor de un avión». El submarinista Pedro Aguilar ha descendido hasta la avioneta que el pasado día 5 se hundió en las aguas de Cala Tarida después de que el piloto, Javier Yern, realizara un exitoso amerizaje de emergencia. Ahora, a 18 metros de profundidad y a unos 300 de la costa, los peces y los hombres rana se entretienen nadando alrededor del aparato, que allí posado sobre la fina y blanca arena submarina debe sentirse un poco fuera de contexto. «Junto a la avioneta, en la arena, hay una mancha marrón y en el agua se siente el olor a queroseno».

La avioneta se hundió justo después de llenar de combustible sus dos depósitos, lo que apunta dos circunstancias. La primera: el motor de la aeronave no se detuvo por falta de queroxeno; y la segunda: decenas de litros de combustible se han mezclado con las aguas de Cala Tarida. La avioneta sumergida se ha convertido en una atracción para los submarinistas, ávidos de descubrir nuevos horizontes bajo el mar. Pero faltan aún unos dos o tres años hasta que la fauna marina admita a la avioneta como parte de su entorno. Para eso es necesario dejarla allí, es decir, que ni su propietario ni nadie se decida a pagar el precio del rescate. Si permanece sumergida, en unos tres años la flora marina invadirá el fuselaje y los meros dormirán en la cabina. Las estrellas de mar descansarán sobre el cuero de los asientos y las pequeñas doradas jugarán a perseguirse entre los hierros oxidados.