Rubén Tejerina, que ha vivido toda su vida en Eivissa y que en el presente se encuentra en Madrid trabajando en una fundación medioambiental y escribiendo libros para niños, se embarcó en una expedición de 41 días por todo el Perú en una travesía que se transformó en una complicada labor de supervivencia.
«Fue un viaje organizado desde Perú por un diplomático de allí llamado Rubén Latorre con el fin de mostrar la cultura peruana al mundo a través de la gente que viaja y que después hace de embajadores en sus propios países». Realizado por algo más de 130 personas de los cuáles 80 eran españoles, 50 eran ecuatorianos, y otros viajeros que procedían de Argentina, Colombia, Dinamarca, italia y Holanda, este viaje contaba además con 20 menores entre sus participantes.
«El trayecto fue por todo el país. Desde el norte, pasando por pueblos pequeños como Moyabamba, y ciudades grandes como la de Lima y Cuzco además de muchos pueblos agricultores y ganaderos».
Todo comenzó con el medio por excelencia de esta era: Internet. «Me llegó la propuesta por medio su página web ruta-inca.com.pe y presenté el currículum para trabajar como monitor. Tras varias entrevistas por internet me seleccionaron como jefe de monitores», relató Tejerina acerca de los comienzos de un viaje inesperado. «Al llegar a Perú, el organizador ni siquiera nos fue a recoger al aeropuerto sino que en su lugar viene un expedicionario que nos hace emprender otro viaje, después de las 13 horas de avión a Lima, de 34 horas en autobús a Tarapoto, una ciudad que conlinda con el Amazonas». Tras la primera recepción en Tarapoto, Tejerina pide un itinerario detallado junto al presupuesto, «y al verlo, ya sabíamos que no nos iba a alcanzar para realizar todo el trayecto. Entonces me encuentro con que iba a tener que asumir la dirección de un viaje para el que no teníamos dinero».
Junto al grupo de monitores que le acompañaban, Tejerina organizó un grupo de trabajo con otras funciones comenzando por hablar con las embajadas y empresas. «Nos separamos del organizador que no nos solucionaba nada y ellos empezaron a asustar a nuestras familias por internet diciéndoles que por poco nos habíamos amotinado».
El trabajo de Tejerina durante los 40 días inlcuyó «hablar con alcaldes para que nos regalasen la comida, rogarles que nos dejasen dormir en hospitales, ayuntamientos y colegios». Y todo a causa de una organización que según el monitor «fue un fraude hasta el punto que perdí nueve kilos a causa del trabajo realizado allí y mis compañeros, extenuados porque en algunos casos han tenido que viajar de avanzadilla». Uno de los planteamientos que el organizador peruano les propuso fue el de «no ir a Machupichu», siendo este punto Inca el motivo central del viaje. «Tuvimos suerte porque el pasaje en tren que nos consiguió la embajada española fue muy barato y porque la entrada fue un regalo del instituto nacional de cultura de Perú».
Llegó un punto, según Tejerina, en que «el viaje comenzó a ser frenético cayendo los chavales enfermos porque íbamos de recepción en recepción en los pueblos y sin hacer cosas culturales». Una maniobra que el ahora ex diplomático Latorre y organizador del viaje había preparado «para patrocinar la ruta del año que viene a través de nosotros sin olvidar de que su misión era llevarnos a La Paz, Bolivia, un destino que las embajadas no querían que cumpliéramos por la situación política del país en ése momento». Muchas fueron las peleas de este grupo con el organizador peruano que hace cuatro años realiza éste tipo de viajes promocionales «y que el grupo del 2002 decidió abandonar y regresar al poco de llegar». Cuando llegamos a Barajas fue un alivio, tanto por haber cumplido todos los objetivos del viaje a pesar de las discusiones con esta persona y satisfechos por haber realizado un buen trabajo a pesar de todo».
Luciana Aversa