Bill Clinton, en el yate «Lady Moura», junto a varios amigos.

El ex presidente Bill Clinton, acompañado por su esposa Hillary y su hija Chelsea, pasó ayer unas horas en las transparentes aguas de Formentera para reunirse con el gobernador de Ryad, Abdul el Aziz, hermanastro del rey Fahd de Arabia Saudita.

Un helicóptero trasladó a Clinton hasta el palacio flotante del gobernador árabe, en realidad propiedad de Al Rashid-Rashid de Nasser, millonario hombre de negocios y también consejero del monarca. Se trata del «Lady Moura», una embarcación que visita las Pitiüses cada verano y que esperaba al ex presidente americano fondeado sobre las plácidas aguas de ses Illetes y s'Espalmador.

Bill Clinton llegó en jet privado al aeropuerto de Eivissa alrededor de las 15'00 horas y desde allí voló a Formentera en el helicóptero del impactante Lady Moura.

Una vez aterrizado en el helipuerto de la embarcación, Clinton saludó a sus anfitriones en cubierta y después pasaron a una de las varias salas interiores del yate, donde mantuvieron una reunión, principal objetivo de su visita relámpago. ¿De qué hablaron Clinton y su anfitrión? Nadie lo sabe, pero en las apuestas sobre el tema dominan los negocios. Poco después, el helicóptero del «Lady Moura» hizo un segundo viaje para trasladar a la esposa del ex presidente, Hillary, y a la hija de ambos, Chelsea, desde el aeropuerto de Eivissa al yate. Al igual que la Familia Real española, los Clinton nunca viajan al completo si pueden evitarlo por una cuestión de seguridad.

Aunque las autoridades insulares estaban informadas de la visita de Clinton desde el pasado miércoles, no ha sido necesario desplegar ningún dispositivo especial de seguridad, ya que el ex presidente viaja con sus propios guardaespaldas.

Tal vez Clinton aprovechó la oportunidad para dedicar a su amigo su reciente libro «My life», que ha presentado en Gran Bretaña y Alemania y que ha levantado una gran expectación. Testigos oculares afirman que mientras ambos estadistas departían de sus cosas, decenas de guardias civiles vigilaban la zona y no dejaban espacio para las sorpresas desagradables.

J.A. Alonso/L. Aversa