José Ángel Medina aprendió lecciones de organización y de solidaridad durante su viaje a Muxía. Foto: KIKE TABERNER

E jueves pasado se cumplió un año de una fecha maldita para miles de gallegos. El 13 de noviembre de 2002 el malogrado petrolero 'Prestige' embarrancaba en aguas del Atlántico dejando tras de sí una estela negra de chapapote que cambiaría el paisaje de las costas gallegas.
Unas semanas más tarde, a mediados de diciembre, un grupo de componentes de las agrupaciones de Protección Civil de la isla se desplazó en uno de los vuelos chapapote a Muxía en un viaje organizado por la Conselleria d'Interior. En una de esas expediciones estaba Miguel Àngel Medina, un joven ibicenco de 28 años que viajó a Muxía para echar una mano. «Estuvimos de domingo a sábado en Muxía, limpiando en la zona de Cabo Touriñán donde a mí me tocó hacer de todo: desde sacar fuel de la playa, hacer de manos limpias para ayudar a los que limpiaban, clasificar material y organizar a los voluntarios particulares que acudían hasta la localidad», resume. «No sabíamos lo que nos íbamos a encontrar y la verdad es que lo que vimos nos impresionó muchísimo. Tanto las secuelas del fuel en la costa como el calor humano que recibimos de la gente del pueblo», explica este voluntario que de este viaje aprendió la importancia que tiene una buena organización para que todo se desarrolle de la mejor manera posible. «Los compañeros de Protección Civil de Muxía nos explicaban cómo teníamos que organizar el material y la gente, de manera que nosotros hacíamos que todo el mundo tuviese todo lo necesario para ir a la playa», explica.

Tras casi un año de este viaje solidario Medina, como le conocen en Eivissa, afirma estar orgulloso de haber formado parte de la marea blanca. «El mérito no es sólo de la gente que fue a las playas, porque detrás de cada voluntario había otros muchos que se encargaban de muchos detalles como la comida, el transporte, vestir y desvestir a los voluntarios, etc, y a éstos se les ha valorado menos, comenta este voluntario que recuerda cómo un anciano de la localidad colaboraba a su manera ofreciendo tabaco a los voluntarios.
Medina, que no descarta volver a Muxía para conocer mejor la zona, explica que en esta localidad coruñesa fue donde disfrutó de un hogar de enormes dimensiones: «En Muxía tuve la casa más grande: dormiamos en un polideportivo, las duchas las teníamos a trescientos metros y el comedor a otros doscientos», bromea al recordar los buenos momentos junto a otros voluntarios pitiusos y de Balears con los que coincidió en Muxía. E.E.