Hugo Oliver nació en la ciudad de Barcelona, pero después de 24 años viviendo en la isla se reconoce tan ibicenco como el que más. Se siente cómodo en esta tierra de vida casi siempre tranquila porque, como él dice, le permite «pensar» y dirigir sin excesivo estrés los negocios familiares, que son muchos. Sorprende que tan joven se haya puesto al frente de un restaurante, La Brasa, y de las tres tiendas de antigüedades, llamadas S'Oliver, que la familia posee en Eivissa (además de otra en Barcelona y una quinta en Marbella, a las que se sumarán diversas franquicias en breve); pero Hugo Oliver se siente a gusto bajo el peso de la responsabilidad. «Me ocupo más bien de la gestión y mi madre, Carmen Turró, se encarga de otras cuestiones, como la de comprar el material para las tiendas», explica.

> Recientemente en la revista 'AR' (Ana Rosa Quintana) aparecía una reseña sobre este emprendedor catalán. «Surgió de un cliente que quedó muy satisfecho en el restaurante y que resultó ser periodista y me propuso aparecer en un reportaje sobre gente que trabaja de temporada», recuerda. Un artículo que, asegura, ha dado mucho que hablar entre sus conocidos.

El restaurante, situado en el centro de Eivissa y abierto por su madre cuando él prácticamente acababa de nacer, mantiene su carácter tradicional no sólo por la preparación de una sabrosa carne a la brasa, si no también porque la matriarca de la familia, la abuela de este joven catalán, sigue ocupándose de la gestión de la cocina.

Él cree que el éxito de este negocio, por el que pasan muchos rostros conocidos y una clientela formada principalmente por extranjeros, se debe en gran parte a ese gran patio ajardinado en el que se ubica la sala principal. Una empresa de decoración, la reforma y venta de casas son otras de las empresas en las que se ha embarcado Hugo Oliver, por lo que por el momento asegura que prefiere no marcarse más metas profesionales.

Con la temporada estival a punto de finalizar él no se queja del balance, aunque asegura que tampoco da «saltos de alegría». «Creo que la peor parte se la llevan los comerciantes que no tienen sus negocios en pleno núcleo urbano», afirma.

S. Yturriaga