Hay lugares especiales que se guardan siempre en la memoria. Lugares que evocan deseos de nuestra mente. Lugares, en definitiva, que merece la pena volver a visitar, como Cala Xuclà.

Es una cala de dimensiones reducidas, unos 35 metros de largo por 20 de ancho. Esta tapizada por arena blanca y rocas.

El agua es especialmente cristalina y limpia en esta zona, lo que la convierte en un verdadero placer para los que quieran darse un chapuzón o bien meterse a nadar mar adentro. Los fondos son de una extraordinaria belleza. Presentan rocas sobre todo en las proximidades de la orilla, que van disminuyendo poco a poco según aumenta la profundidad. Además, no es muy profunda, lo que la hace apta para todos los bañistas.

El paisaje submarino es espectacular. Sus aguas color turquesa esconden una rica fauna marina que bien vale explorar con las gafas y el tubo: pulpos, calamares y muchísimas variedades de peces multicolores que apenas se inmutan por la presencia de los más curiosos.

Si lo que prefieren es tomar el sol tranquilamente, a la derecha de la cala se puede acceder sin problema a los varaderos de los pescadores. Los más intrépidos pueden pasear por las enormes rocas de los alrededores y donde los crustáceos campan a sus anchas.

Lo que hace de Cala Xuclà un rincón imprescindible es la tranquilidad que allí se respira. No suele haber mucha gente, aunque los fines de semana puede aumentar el número de visitantes. Por norma general, es una cala acogedora y familiar donde descansar del bullicio veraniego.

En la temporada estival el chiringuito de esta cala hace las delicias de los que se acercan hasta allí. En su pequeña terraza las mesas se cotizan muy alto ya que apenas llegan a diez y se ocupan enseguida. Aquí se pueden degustar bocatas muy suculentos o saborear lo mejor del pescado fresco de la zona.

Cala Xuclà es, sin duda, una de las joyas ibicencas más preciadas.

S. M. Debelius