Un año es muy poco tiempo para que una asociación se consolide, por eso la agrupación de gallegos en Eivissa, actualmente formada por 41 personas, se lo toma con calma y sigue creciendo día tras día.
Ayer celebraron la fiesta más especial para todos los inmigrantes que han llegado a la isla procedentes de esa zona del norte de España, la conmemoración del día de la patria gallega. Para ello organizaron una copiosa comida (compuesta por pulpo con cachelos y callos, todo ello regado con Alvariños y Ribeiros) en el local que han convertido en su sede, en el edificio del campo de tiro de Cap Martinet, en Eivissa.

Unas 70 personas se dieron cita para compartir, no sin cierta nostalgia, anécdotas, cantos y muchas risas. Allí estaba Romi Alján, que un día dio el salto desde su Orense natal a Eivissa y lo hizo por amor, porque el que hoy es su marido llevaba 22 años en la isla. De eso hace tres años, y aunque echa de menos a la familia, los amigos y la comida, aquí es feliz. «Los precios son muy caros, pero también hay un clima maravilloso y eso no se paga con dinero». Su marido, José González, es el responsable de elaborar el menú y Romi presume de que lo mismo prepara pulpo con cachelos que un guisat de peix. Xesús, uno de los socios fundadores, comenta que a los gallegos habitualmente les da por cantar después de una buena comida; por eso ha traído consigo copias de las letras del himno de la comunidad y de otras canciones típicas. No faltó esa estrofa que dice, 'do teu verdor cinguido e de benignos astros, confín dos verdes castros e valeroso chan...'.

Xesús también dice que los nacidos en Galicia son muy independientes, e Isabel Toxo le da la razón. Esa es, según ellos, una posible explicación de que, «a pesar de los varios miles de gallegos que viven en Eivissa, no sean muchos los que hasta el momento se hayan inscrito en la asociación».
La cuota es de 75 euros anuales y aunque de momento se reúnen en fechas señaladas como el día de Sant Josep o el día de la madre, en un futuro pretenden organizar actividades diversas como clases de baile o cocina, siempre con la vista y el recuerdo puesto en su tierra. S. Yturriaga