El encanto de esta playa viene dado por su increíble terreno sin
edificar, rodeada de un espacio natural de acantilados dan a esta
playa una imagen de paraíso terrenal.
No obstante, esta característica de zona salvaje, crea algunos
obstáculos como, por ejemplo, que sea muy difícil acceder a ella.
Un empinado camino desciende por la ladera de la montaña y conduce
a un minúsculo parking de tierra, por lo que es recomendable dejar
el vehículo arriba y así evitar que el coche quede atrapado por
otros autos. Después del dificultoso sendero, llega el momento de
descender a la playa por una bajada, en forma de escalera no muy
lograda ni segura que cuenta con una barandilla de madera, no muy
firme.
Una vez superada la prueba de acceso, llega el momento de buscar
un hueco, porque a pesar de las trabas es un lugar muy concurrido,
posiblemente la hermosa panorámica de Punta Grossa y de la isla de
Tagomago sea un gran atrayente para los bañistas.
Pero esta superpoblación no es un problema para encontrar sitio
porque esta playa tiene más de 300 metros de largo y siempre se
encuentra un buen hueco. La arena de este rincón ibicenco da una
agradable sensación al caminar descalzo y presenta textura
granulada.
Sólo dos lugares donde tomar algo están a disposición de los
bañistas, el chiringuito y el restaurante. La terraza de este
último, a la sombra y a pie de playa, ofrece un rato agradable para
refrescarse tras un baño de sol.
Para llegar a Aigües Blanques hay que pasar el pueblo de Sant
Carles y tomar la carretera que indica el camino a Es Figueral
hasta que aparezca la bifurcación en cuestión.
Natalia Cárdenas
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