No hubo tiempo ni para cerrar los párpados. La mole de cemento de
nueve alturas del hotel Fenicia, que se alzaba en la desembocadura
del río de Santa Eulària, se vino abajo ayer en 1'2 segundos con
una explosión controlada de 50 kilos de goma 2.
La ingeniero de minas de la empresa madrileña Devoconsa, Pilar
de la Cruz, fue la encargada de presionar el botón del explosor que
hizo saltar por los aires los pilares que sostenían el edificio
cuando el reloj marcaba las 10 en punto. El Puig de Missa y las
azoteas de los edificios más próximos estaban llenas a esa hora de
curiosos que vieron como en apenas un instante una inmensa nube de
polvo se tragaba al vetusto hotel.
Sólo quedó en pie la parte del edificio de cuatro plantas, que
no sufrió daño alguno, tal como estaba previsto. Para demoler sólo
la estructura más alta del edificio sin dañar la otra se accionó
con efecto microrretardado los 350 detonadores que hicieron
estallar la carga distribuida en el sótano, la planta baja y el
tercer piso. Como un castillo de naipes, el edificio se vino abajo
envuelto en una espesa nube de polvo hacia el interior del solar,
alejándose del río.
La carga explosiva llegó en barco a la isla el miércoles
procedente de Barcelona. Nueve personas de la empresa contratada
por la cadena hotelera ibicenca Insotel han trabajado en el derribo
del Fenicia. Los explosivos se colocaron el mismo miércoles, por lo
que dos guardias de seguridad armados custodiaron, con la
colaboración de la Guardia Civil, durante toda la noche las
inmediaciones de las ruinas del hotel.
Los pilares donde se colocó la carga se cubrieron con una capa
metálica para evitar las proyecciones propias de la explosión. La
Guardia Civil y la Policía Local montó un cordón de seguridad de
150 metros de distancia del edificio. A partir de las 9'30 horas,
media hora antes de la explosión, nadie podía ya traspasar el
perímetro de seguridad previsto por las fuerzas de seguridad.
Los residentes más próximos al hotel no tuvieron que abandonar
sus casas. La empresa recomendó, eso sí, que todas las viviendas
situadas a 200 metros mantuvieran las puertas y ventanas
cerradas.
La humareda de polvo que levantó la demolición se disipó por el
este en cuestión de minutos dejando a la vista una montaña de
escombros y cemento al pie de la estructura de cuatro plantas. La
ingeniero de minas comprobó entonces que todo había transcurrido
según lo planeado, sin que la estructura de la parte de cuatro
plantas del edificio (la base de la L que formaba el antiguo hotel)
sufriera el menor daño. «Ha caído tal y como se esperaba,
separándose lo máximo de la otra parte del edificio, cuya junta de
dilatación está en perfecto estado», explicó la ingeniero de minas,
Pilar de la Cruz, cubierta de polvo una hora después de la
demolición.
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