A Paul van Dyk la fama no le ha hecho perder ni una pizca de su sencillez y su simpatía. Acude a la entrevista prácticamente sin haber tenido tiempo de descansar ni cinco minutos tras aterrizar en el aeropuerto de la isla, pero el jet lag no parece hacer mella en un hombre acostumbrado a recorrerse el mundo cada semana. Tiene 30 años pero aparenta bastantes menos, tal vez por su informal forma de vestir o por su cara de niño travieso. Este año se cumple una década desde que la música de Paul van Dyk dejó de ser un regalo para sus amigos más cercanos y pasó a ser oída en los locales de todo el mundo.

«Me dedicaba a hacer cintas para mis amigos, para que las escucharan en el coche, pero un día uno de ellos le entregó una a un promotor y ahí empezó todo», recuerda. Van Dyk no olvidará nunca un nombre, 'Tresor', el local de Berlín en el que pinchó por primera vez en el año 1992. Y es que el reconocido Dj se crió en la capital alemana aunque la tierra que realmente le viera nacer fuese un pequeño pueblo de la frontera del país alemán. «Berlín es mi casa, por eso si tengo que escoger un lugar del mundo para pinchar me quedo con ése. Para mí es muy especial actuar allí, y como no hay promotores mi equipo y yo lo organizamos todo y la parte técnica queda perfecta. Además, puedo invitar a mis amigos discjockeys para que pinchen», confiesa sonriente.

Su ascenso hasta el olimpo de los dioses de la música electrónica ha sido sorprendentemente fácil para Paul van Dyk; él asegura que todo ha sucedido «de manera natural» y que los primeros años le resultaron «muy fáciles». Desde hace cuatro años se ha convertido en el residente de la fiesta Cream, en la discoteca Amnesia, y sus logros se los achaca, en gran parte, al equipo que le ha apoyado y con el que ha trabajado. «A veces me sorprende hasta dónde he llegado, pero he tenido un equipo muy bueno trabajando conmigo», dice. La suerte también ha resultado ser un factor importante en la carrera de este Dj que también se ha adentrado en el mundo de la producción. «Sí, reconozco que la vida de un discjockey puede llegar a ser físicamente agotadora y me imagino que finalmente acabaré dedicándome a la producción"comenta van Dyk"pero cuando me comparo con gente como Oakenfold, pienso que cuando él se retire a mí todavía me quedarán unos seis años».

Empezó estudiando para ser técnico de televisión, pero acabó convirtiéndose en discjockey. Asegura que la suya no es una vida difícil, sino simplemente diferente; él al menos intenta que sea lo más sencilla posible. «Llevo casado nueve años y nos va muy bien, simplemente hay que saber llegar a acuerdos en determinados temas», dice sereno. Cuando no está viajando a países como Inglaterra, Australia, Alemania o Estados Unidos y pinchando de local en local, ocupa su tiempo en actividades de lo más comunes: estar con su mujer, ir al cine e incluso acercarse a bailar a alguna discoteca. «Entre otras cosas porque tengo muchos amigos trabajando allí», aclara.