El Museo Provincial del Vino, ubicado en el Castillo de Peñafiel (Valladolid) repasa en el recorrido que propone al visitante la evolución histórica de los vinos y su proyección en nuestras fronteras. A pesar de que los romanos fueron unos consumidores de los caldos muy fieles o que, como se comprueba en muchas producciones artísticas de la cultura egipcia, éstos degustaban en sus celebraciones este líquido procedente de la uva, fue el pueblo fenicio el que extendió la viticultura por ambos márgenes del Mediterráneo.

Desde este mar llegó después a la Península, donde con el paso de los siglos apareció una tradición más consistente y las consiguientes denominaciones de origen que han demostrado su valía mediante el reconocimiento internacional. Pero ni los vinos de Rioja ni los de Ribera del Duero podrían haber adquirido tanta popularidad si en su momento los fenicios no hubieran llevado los caldos a Andalucía y a Eivissa. La isla se convirtió en una de las dos llaves a través de las cuales la tradición vinícola penetró en España.

Las técnicas hoy en día han evolucionado, aunque los fenicios no disponían de los medios tecnológicos con los que contamos en el siglo XXI. El método empleado por esta cultura se basaba en el pisado de la uva en un lagar y su posterior recogida. Ese era el vino elaborado por aquel entonces, que barcos transportaron en grandes barcos por todo el litoral mediterráneo hasta Eivissa.

En la actualidad se le ha concedido a los vinos una importancia tal como para celebrar salones temáticos como el que se inaugura hoy en Madrid, donde acuden dos bodegas de la isla: Maymó, de San Antoni de Portmany, y Joan Boned, de Sant Mateu, con la aspiración de darse a conocer entre los grandes.