Todo pueblo tiene su plaza, llámese mayor, del ayuntamiento, de la iglesia o de lo que sea. Y acostumbra a ser el epicentro de cuanto sucede en la población en la que está asentada.

La plaza de Sant Francesc Xabier en Formentera es, en este sentido, una más, pero a la vez diferente. Es la única plaza del lugar, aunque quizás en el nomenclator exista algún espacio así definido pero que en el fondo no cuenta, y por tanto, además de ser «la plaza» a secas, también es la plaza de la iglesia, la del pueblo y por el nombre, la Plaza de la Constitución, casi nada.

¿Y para qué sirve una plaza así? Pues para casi todo, como debe ser: lo mismo para un roto que para un descosido. De modo que es un emplazamiento por el que cruzan procesiones y se sienten minutos de silencio, que sirve para sudar practicando aerobic o al pegar una carrera, en el que es posible bailar rock o ball pagès. Incluso hay quien se atreve a ir en moto, (que está prohibido), o en bicicleta (tácitamente permitido), quien aprovecha su estancia en el lugar para hacer fotos o ser fotografiado, o ambas cosas a la vez; para practicar juegos malabares, jugar a voleibol cuando el sol cae a plomo, tan a plomo que hasta los gatos, a los que tanto les gusta tumbarse al sol, buscan el refugio debajo de una silla.

Pero la plaza también es un lugar de paso en el que entrecruzarse saludos, miradas de reojo, y en el que intentar ir más allá de las múltiples transparencias que lucen las turistas. Este ágora es un sitio en el que unos comen o beben, otros se besan, y alguna pareja escoge el lugar para odiarse, reconciliarse o sucesivamente ambas cosas.

La de Sant Francesc es una plaza que semeja un pequeño zoco. Cuando llegan las oleadas de turistas asemeja una Babel moderna, y después, misteriosamente, todo vuelve a estar en calma, sin dejar de ser un punto de referencia para los habitantes del lugar que acuden a sus bancos para meditar, leer, o simplemente ver la vida pasar, algo que sucede en estos epicentros los 365 días del año durante las 24 horas del día.