En Eivissa no todo el mundo hace la temporada de la misma manera. Todas las noches, varias personas se lanzan a las calles más concurridas de la ciudad para tratar de sacarse unas cuantas monedas. Se encargan de animar la juerga nocturna, y para ello reclaman una merecida recompensa. Payasos, trapecistas, tunos o simplemente transformistas recorren a diario las zonas de bares mostrando sus espectáculos. Al acabar, y después de los aplausos, llega el momento de pasar el sombrero.

Este es el caso de un padre y su hijo procedentes de Marruecos y que prefieren no revelar su nombre. Son trapecistas, y de los buenos. El padre, de 68 años "«sigo trabajando, no tengo pensión»" actuó en el desaparecido circo Price de Madrid, uno de los más prestigiosos de nuestro país. Ahora pasan el invierno en Canarias, «donde siempre hay turistas», y en verano recalan, desde hace varias temporadas, en Eivissa. Su número incluye espectaculares piruetas sobre las sillas de las terrazas de los bares y brincos propios de saltimbanquis. Cuando acaban, la mayoría de espectadores no tienen ningún problema para rascarse el bolsillo. «A veces, incluso nos dan algún billete», señalan.

Manolita Ché lleva 25 años viniendo a Eivissa en estío. Su número es más bien indefinido: se dedica a pasear entre las terrazas vestida de bañista de los años 20, cantando boleros y luciendo unas gafas de sol inverosímiles. A la hora de recoger su sueldo utiliza una vieja cisterna de leche. Su zona operativa es el puerto de Eivissa, especialmente los restaurantes y los bares de la Marina.