Los empleados destacan que lo mejor de este trabajo son las condiciones laborales que ofrece. Foto: GERMÁN G. LAMA

Codearse a diario con la muerte no lo convierte en un hecho habitual. «La profesionalidad no está reñida con el corazón» comenta José Luis Recio «y las escenas de dolor es difícil que no te afecten». Lágrimas o despedidas permanecen como recuerdos imborrables, «aunque compensa el hecho de poder ayudar a las familias en momentos decisivos», señala.

Junto a él, Carlos Escudé, Miguel Àngel Cifuentes y Eduardo Estévez han aprendido, con el paso del tiempo, ha convertirse en una gran familia donde fracciones de las historias de quienes se encuentran en el cementerio son también parte de ellos. Llevan ya varios años como compañeros pero ninguno olvida su primer día. «Las sensaciones son muy diferentes dependiendo de la persona y de la idea con la que se llegue», afirma Estévez. «En mi caso, la verdad es que venía plenamente concienciado y no tuve ningún problema».

Por el contrario, para Recio, «fue muy duro». «Hubieron de pasar algunos meses para llegar a aceptar muchas cosas como parte de lo cotidiano», apunta. Once años de esfuerzo han terminado por convertir la profesionalidad en el criterio que le guía, pese a ello, el más veterano de cuantos conforman este peculiar grupo no consigue olvidar algunas escenas que «se graban en piedra». El 1 de abril de 1980 se abrieron las puertas del cementerio nuevo. Desde entonces, no ha parado de crecer y con ello las labores a desempeñar en el mismo.