Ha pasado la mitad de su vida bailando y ahora, con apenas 20 años, puede enorgullecerse de poder enseñar a jóvenes y mayores, el verdadero significado de una danza milenaria. Ananda Aharashmi atribuye a cada uno de sus movimientos una concepción que enlaza naturaleza, religión, filosofía y como no, arte, apartados que intenta transmitir en sus clases (dos semanales) tanto al grupo de las pequeñas como al de las más veteranas. 16 alumnas que equivalen a un sólo reto: «el de que capten la importancia de la colocación de las manos o la expresión de un rostro», señala.

«Hay muchas técnicas y cada una supone algo diferente aunque todas ayudan a despertar la parte más femenina y que la sociedad actual trata de encubrir», continúa. La denominación que le da a este triángulo «que enlaza el ombligo, la tierra y el cielo», según sus palabras, es la de hara, pieza fundamental en las piezas a interpretar.

La parte corporal es esencial, sin duda, pero los detalles no se dejan nunca al azar. Por ejemplo, uno de los primeros ejercicios que se realiza en las lecciones es la posición del pañuelo. Tras el calentamiento necesario, «los acordes se intentan asimilar interiormente y la coreografía sale como parte de un sentimiento», afirma Ananda.