Sant Antoni fue de los pocos lugares que prefirió hacer una Nochevieja tranquila y optó por la calma de las celebraciones familiares o entre amigos al bullicio en las calles. Menos de la mitad de los bares de una de sus zonas emblemáticas, el West End, se decidieron a abrir el 31 de diciembre, dentro de una tónica imitada en el resto de las áreas urbanas.

Ni siquiera la presencia de turistas, que en esta ocasión se decidieron por otras localidades de la isla, impulsó las ganas de fiesta. Aún así, la carpa municipal, instalada en el Passeig de ses Fonts logró reunir a unas 500 personas bajo los ritmos de la orquesta California hasta el amanecer.