Catina Torres esperará unos meses antes de volver a las misiones humanitarias. Foto: VICENÇ FENOLLOSA.

Hace 5 años pensó que afiliarse como miembro activa de la ONG Médicos Sin Fronteras serviría para que «el mundo fuera un poco mejor». Desde entonces, ha visto las miserias de Angola y el Cáucaso; ha pasado miedo "como en la ocasión en que dispararon a uno de sus compañeros" y ha sufrido junto a los más humildes. Pero la enfermera ibicenca Catina Torres Tur, de 34 años, está convencida de que ha valido la pena. Catina ha recibido el premio Nobel que ayer concedió la Academia Sueca a «su» ONG como el reconocimiento a una labor silenciosa. «Casi lloré cuando me lo contaron», explica. Ella y Luis Ojeda, encargado de Logística, son los dos únicos voluntarios ibicencos de esta organización.

Su trabajo en las misiones humanitarias no se limitan a las simples funciones de enfermera: allí, en las zonas en conflicto, se ha convertido en doctor, profesora y hasta en madre. «En 1994 y 1995 tratamos de reconstruir en el Cáucaso un sistema sanitario destrozado por la guerra y la disolución de la URSS; Angola es otra cosa, es un caos continuo», comenta. En este país africano, donde ha pasado los tres últimos años, Catina estaba al mando de un centro de salud que daba cobertura a 130.000 personas. Los medios brillaban por su ausencia. «La vida en Angola se limita a la lucha por la supervivencia. Lo más importante allí es comer hoy», indica. Los voluntarios de Médicos Sin Fronteras no están bien vistos en todo el mundo: «La población te recibe bien, porque somos la única opción que tienen para sobrevivir. Con las autoridades, el trato no es siempre amigable, a veces van a por nosotros sin ningún disimulo».