Cada mañana, a partir de las ocho, se abren las puertas para ellos de un mundo en el que tener un mal día dista mucho de que los niños no quieran ir al colegio o se queme la comida. María Jesús, Elena, Sonia, Olatz, Javier y durante seis meses, Ana, Lourdes y Daniel, se enfrentan con la difícil tarea de aportar esperanza y futuro a un centenar de personas que permanece tras las rejas. Ellos forman el equipo de tratamiento de la prisión de Eivissa, un grupo de gente joven y sobre todo entusiasta que tiene en sus manos plantear a los internos una vida diferente dentro y fuera de las paredes de la prisión. Desempeñan tareas muy delimitadas (desde la más estricta burocracia al contacto directo y la orientación) en cada una de las parcelas en las que son especialistas, confluyendo en una labor global que se traduce en cambios de régimen, de estatus jurídico y, con la mejor de las suertes, en otra oportunidad, a partir de comisiones disciplinarias o juntas de control.
Una llave para la cárcel
Un centenar de reclusos son la base del trabajo del equipo de tratamiento de la prisión de Eivissa
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