Cada mañana, a partir de las ocho, se abren las puertas para ellos de un mundo en el que tener un mal día dista mucho de que los niños no quieran ir al colegio o se queme la comida. María Jesús, Elena, Sonia, Olatz, Javier y durante seis meses, Ana, Lourdes y Daniel, se enfrentan con la difícil tarea de aportar esperanza y futuro a un centenar de personas que permanece tras las rejas. Ellos forman el equipo de tratamiento de la prisión de Eivissa, un grupo de gente joven y sobre todo entusiasta que tiene en sus manos plantear a los internos una vida diferente dentro y fuera de las paredes de la prisión. Desempeñan tareas muy delimitadas (desde la más estricta burocracia al contacto directo y la orientación) en cada una de las parcelas en las que son especialistas, confluyendo en una labor global que se traduce en cambios de régimen, de estatus jurídico y, con la mejor de las suertes, en otra oportunidad, a partir de comisiones disciplinarias o juntas de control.

Utilizan un enfoque multidireccional que busca, fundamentalmente, la motivación y «el hecho de que se planteen ciertas cosas, que aprendan a afrontar su vida y los errores» afirma Sonia, subdirectora y coordinadora de este departamento. Procedente de Canarias, donde realizó funciones jurídicas (apartado del que se ocupa en la isla Olatz) aúna la responsabilidad de todos los miembros y voluntarios, hasta 30 procedentes de diversas organizaciones, en su mayor parte religiosas y que colaboran de forma ocasional con actividades o proyectos puntuales.

Unos entraron «de rebote», caso de Daniel, un joven de 24 años que empezó a formar parte de «un sector de la sociedad que conoces sólo de oídas o a través de las películas» mediante un contrato temporal del INEM. En el extremo opuesto, María Jesús, psicóloga, quién supo, desde segundo de carrera, la vertiente laboral a la que deseaba dedicarse: «A mí lo que me motivaba realmente es el trabajo con la gente. Aquí hago falta. Sé que es una parcela complicada pero también muy gratificante». Prácticamente ella «colapsa» el despacho que hay entre los módulos, ya que la relación cara a cara es fundamental a la hora de aportar su voto en los diferentes foros de decisión.

De traspasar los muros y los alambres se ocupa Elena, la trabajadora social, que actúa como vínculo entre el entorno familiar y personal de cada reo. Ella ha sido la última incorporación y afronta su primer reto dentro de un centro penitenciario con una enorme ilusión: «Siempre he estado vinculada con el tema de las drogas y este era un buen foro para profundizar en muchas de sus causas. Sinceramente, yo sí creo que hay una salida, que no dudo que sea complicada pero, cuando menos, es posible».