El colegio Urgell de Sant Josep ha demostrado este verano que en la enseñanza se puede compartir todo. Foto: GERMÁN G. LAMA.

CONCHA ALCANTARA La escuela de verano del colegio Urgell de Sant Josep ha marcado la diferencia este año. Las barreras físicas y mentales de diez niños no han sido un obstáculo para que convivieran con 108 niños en julio y 78 en agosto. El objetivo principal de esta actividad «es que pierdan el recelo y el miedo de ver a un niño en una silla de ruedas o con babas», apunta la directora de la escuela de verano, Neus Marí. Junto a ella se encuentra el coordinador de integración, el educador social Pablo Alcaide y miembro de la Asociación de Personas con Necesidades Especiales.

El final del verano se celebró ayer con una fiesta,donde tanto Neus Marí como Pablo Alcaide coincidieron en destacar los buenos resultados de esta convivencia sin distinciones: «Ha sido un éxito, teniendo en cuenta que nos hemos tenido que adaptar a cada caso», precisa Alcaide. Estos dos meses han permitido superar los estereotipos que se tienen sobre estos niños que presentan dificultades.

Alcaide sostiene que su objetivo es «integrar en la discapacidad». Así, se han realizado talleres en los que se ha evaluado su autonomía, relación social, motricidad, música o plasticidad. Los resultados no han podido ser mejores: «Han mejorado mucho sus relaciones sociales». Además, se organizaron excursiones y compartieron experiencias con otros niños. Otros de los grandes beneficiados de esta escuela de integración han sido todos los padres, que se han sensibilizado ante este problema. «Tienen calor de otros niños y no están encerrados en la casa», opina Marí. Durante unas horas al día, saben que sus hijos están cuidados porque disponen de un logopeda, un psicólogo, un fisioterapeúta, una maestro de educación especial, un educador y, además, los nueve monitores de la escuela.