Llegó desde la fría Escocia hace treinta y cuatro años y se prendó del calor y el talante de Andalucía, donde fijó su residencia. No obstante, David Marshall continúa rendido a una de sus grandes pasiones, conocer sitios nuevos, y aprovecha siempre que puede para realizar viajes a países exóticos de Asia y Àfrica, excursiones que utiliza como fuentes permanentes de inspiración. La atracción que conserva desde que era joven por las culturas milenarias se traducen en cada uno de sus productos. A ello hay que sumar otra de sus debilidades, «las mujeres», según confiesa él mismo. Se ha dedicado, con gran éxito a la joyería y a la escultura, artes que ha fundido ahora en un sólo destino, el de los objetos cotidianos. Perchas, estanterías, fruteros, mesas, relojes o ceniceros elevados a la categoría de piezas únicas. «Mi idea es aportar algo nuevo al mundo del diseño. Se trata de un reto personal y a nivel general», señala. La fórmula es muy sencilla: «Mi vida ha sido un juego y esta afición significa más un hobby que un empleo»; el objetivo pasa por «recuperar tradiciones que se han perdido y ahondar en términos prácticamente abandonados», apunta. El último trabajo ha sido la colección «Bronze Age», que en septiembre se presentará en París, -ciudad que se rinde a los pies del escocés en cada una de las muestras que hace en la capital francesa- una línea de regalo donde la principal preocupación es la calidad y el trabajo artesanal con el que confecciona las piezas. Utilizando técnicas de fundición que datan de la época romana, sus maestros transforman los conceptos del creador en realidades en los talleres que posee en Benahavís, cerca de Marbella. Sus obras se venden en todo el mundo aunque los precios los convierten en objetos propios de coleccionistas. Eivissa no podía quedarse al margen y desde hace semanas, la firma Marshall está alcance de ciertos bolsillos.