OSCAR RIBAS Juan, el camarero del restaurante Rías Baixas de Sant Antoni, estaba el pasado miércoles colocando los limones que le había traído la propietaria del local. De pronto, notó que le costaba levantar uno de ellos; lo miró y se quedó asombrado: «Yo, en toda mi vida, había visto una cosa así. Lo cogí y me fui corriendo a la báscula. Un kilo y cien gramos, una pasada».

Las monumentales dimensiones de este cítrico le salvarán de convertirse en aliño para los mariscos que se sirven en el restaurante. Su futuro, pasa por decorar el local desde la copa de un jarrón. ¿Cuál es el truco de este limón?, ¿vitaminas?, ¿cultivos transgénicos?, nada de eso. Antonia, la propietaria del establecimiento -junto a su marido- no se asombra por nada: «Tenemos un árbol que da casi todos los limones de este tamaño. Imagínate, tiene todas las ramas tocando el suelo de lo que pesan los frutos», explica, «ni siquiera le hemos dado más agua que a los demás. No sabemos por qué, pero todos son de este tipo».

La lástima, según la dueña del restaurante, es que todos los limones que le proporciona este árbol no sirven para cocinar: «Tienen mucho menos jugo y pulpa que los pequeños. Además, su sabor no es tan bueno».