Leo, a la derecha, con su hermana gemela, Maria.  | Toni Planells

Leo Prats (Sant Antoni, 1952)    explica su vida en plural. Son pocas anécdotas o vivencias que cuenta sobre su vida que no vayan de la mano de María, su hermana gemela. Las dos regentaron Can Roig, la primera tienda de bordados de la isla, durante décadas.

— Llama la atención su nombre, es poco común en Ibiza.
— Sí, aunque todo el mundo me llama Leo, mi nombre es Leonida, como mi madre. Cuando nacimos mi hermana y yo, que somos gemelas, mi padre, Vicent ‘Roig’, para tener contentas a las dos familias, decidió ponernos, a una un nombre ibicenco, mi hermana se llama María, y a otra un nombre de la parte de mi madre. Y es que ella era de un pueblo entre Teruel y Guadalajara, Motos.

— ¿Cómo llegó su madre a Ibiza?
— Antes de venir a Ibiza, a los 12 años, se mudó con toda la familia a Valencia, que es donde tenemos a toda la familia. Era enfermera y trabajó en un hospital psiquiátrico durante un tiempo antes de trabajar cuidando a los hijos de una familia valenciana de arquitectos, los Pons. Resulta que, en 1942, vinieron a Ibiza una temporada. Ese año estuvieron en el hotel Portmany, pero siguieron viniendo un verano tras otro cuando se hicieron unas casas en Cala Gració. La cuestión es que mi padre iba mucho a casa de los Pons, les llevaba pan, pescado y se acabó enamorando mi madre. Al principio ella era un poco reacia pero, ocho años después de que llegara por primera vez a Ibiza, se casaron en Valencia en 1952.

— ¿A qué se dedicaba su padre?
— Mi padre era pescador, pero el suyo, mi abuelo José Prats. Fue el primer farero de Sa Conillera en 1900. Siempre había dos familias de fareros que se alternaban y los padres daban clases a sus hijos. Aunque tenían huerto y animales allí, cada semana se llevaban víveres. Se hacían señales con las luces entre faros... pero esta es otra historia que se puede ver en un libro del Consell, en el que hay una foto de mi abuelo con nosotras de niñas.

— ¿Me ha dicho que su abuelo hacía también de maestro?
— Sí. Es que mi abuelo sabía leer y escribir. Era funcionario del Estado y, además, había estado en Cuba, como mi padre a los 14 o 15 años con mi tío Pepe, allí trabajaron como carpinteros. Volvió para hacer la mili, la hizo en la mili en el Juan Sebastián el Cano.

— ¿Qué hacían esas dos gemelas en el Sant Antoni de los años 60?
— Ir al colegio a Sant Antoni, siempre juntas y vestiditas de la misma manera. Llamábamos la atención, porque mi madre nos llevaba siempre muy arregladitas. Una hermana suya era modista en Valencia y otra hermana de mi padre, María Roig, también. Enseñó a medio pueblo de Sant Antoni a bordar y coser. Hacía el punto canario, que es el punto ibicenco y acabó por abrir una tienda en el pueblo, donde vendía los bordados y ropa, Can Roig. La única que había en Ibiza. Había mucha gente que nos traía comisión también. Allí es donde empezamos a trabajar las dos. Allí tuvimos la oportunidad de aprender mucho, contabilidad e idiomas incluidos.

— ¿Qué recuerdan de los primeros turistas que vieron en su pueblo?
— Que eran una gente de mucha calidad. Gente buena e interesante que sabía lo que era un bordado y que sabía apreciar lo que tenemos. La cultura, el paisaje, los pueblos y la tranquilidad. Lo malo es que, con el tiempo, la cosa fue cambiando cuando los touroperadores empezaron a traer a chavales jóvenes que bajaron de categoría a Sant Antoni. Fuimos el primer pueblo en deteriorarse por el turismo. Lo que fue el West End y todo eso, es un puro desastre. Ni se nos ocurre reabrir las tiendas hasta que esto no cambie un poco. Parece que, ahora, poco a poco, la cosa está mejorando con hoteles de más categoría. Veremos.

— ¿Trabajaron mucho tiempo en Can Roig?
— Ya lo creo. Hasta hace unos años, no muchos. María era la que más estaba en la tienda. Yo tenía a mis hijas pequeñas, Anna y Marta. Aunque también ayudaba. Llegamos a tener hasta tres tiendas, una de ellas la montamos en la calle Progreso y la otra en es Carreró. Hubo una época de muchísimo trabajo. Ahora las tenemos todas cerradas desde hace unos seis años.

— ¿Cerraron por alguna razón concreta?
— Sí. Por varias. Mi madre era muy mayor (murió con 103 años) y había que cuidarla, además pasaba por una etapa complicada de mi vida, pero, sobre todo, porque mi hermana enfermó de cáncer. Lo cerramos todo y me dediqué en cuerpo y alma a cuidar de mi hermana y de mi madre. Ya pasó todo, mi hermana se recuperó y ahora puedo decir que estamos muy bien. Ahora jubiladas las dos.

— ¿A qué dedican su jubilación?, ¿tiene nietos?
— Sí, tengo dos nietas, lo que pasa es que una de ellas, Martina (de Marta), vive en Palma y Paula e Inés (de Anna) viven en California. Hacemos multitud de actividades en distintas asociaciones. Hacemos yoga, artesanía, también estoy en el Cor de Sant Antoni además de cuidar del huerto que me dejó mi padre. Me encanta ir a cuidar de las parras y hacer vino. Aunque hace un par de años que ya no hacemos.