— Usted es uno de los personajes clásicos de Sant Antoni, ¿de qué casa es?
— En mi casa somos de can Fornou d'es Racó, de Santa Gertrudis. Pero la verdad es que yo nací en Santa Eulària. mi padre, Toni, era mayoral en una finca de allí, ca na Mates. Por el otro lado, mi madre era de fuera. Se llamaba Mercedes Campos y fue una de las niñas que se adoptaron tras quedar huérfanas en la Guerra Civil. Hay mucha gente que llegó a Ibiza de esta manera. Cuando yo tenía tres años, mi hermana María, que es mucho mayor que yo, empezó a trabajar en Sant Antoni como peluquera. Mis padres no querían que estuviera allí sola y decidieron trasladarse y trabajar en otra finca en Sant Antoni. Por eso soy portmanyí.
— Usted vivió el surgimiento de lo que se conoce como el mundo de la noche ibicenca, ¿cómo llegó a ese mundo?
— Bueno, yo estuve trabajando en el Ku incluso antes de que fuera el Ku. En 1978, yo tenía 18 años y empecé a trabajar en una tienda de ropa en el puerto que se llamaba Bananas. Allí descubrí un mundo nuevo. Al lado de la tienda estaba el bar Banacá. Cuando salía de la tienda iba allí cada noche, me disfrazaba y acabé haciéndome amigo del dueño, Brasilio de Oliveira (que el covid se lo llevó hace algo más de un año). Un día unos vascos le ofrecieron a Brasilio hacer una fiesta brasileña en el Club San Rafael (luego Ku), me pidió que le echara una mano y allí empezó todo.
— ¿Cual era su papel?
— Darle color a la noche. Me disfrazaba y animaba la fiesta. Llegué a disfrazarme hasta de payesa (ríe). Piensa que hablamos del año 78 y aquí solo se disfrazaban cuatro extranjeros que, al llegar al aeropuerto, se quitaban la corbata y se ponían la peluca (ríe).
— ¿Desde cuando se disfrazaba usted?
— El primer traje que recuerdo haberme puesto me lo cosió mi prima. Era el carnaval de cuando yo tenía 14 o 15 años y mi padre, que tenía un carro de barana, me paseó por todo el pueblo con mi vestido rosa de princesa. Tendrías que escuchar lo que decía la gente: «¡Fornou se ha vuelto loco, mira cómo lleva a su hijo disfrazado!».
— Entiendo que usted ya tenía clara su sexualidad y que su padre la reivindicó de esa manera.
— Así es. Con mi familia nunca he tenido que esconderme de nada. Nunca he tenido problemas con nadie en ese sentido: ni bullying en el colegio ni nada de nada. Mi madre era muy cortante con quienes se le acercaban a chafardearle que su hijo se vestía de mujer por las noches en las discotecas de Vila. Les contestaba que su hijo se vestía en casa y que ella sabía perfectamente de qué manera. Reconozco que tuve muchísima suerte, porque he conocido a muchos que lo han pasado realmente mal. Incluso hoy en día hay mucha gente que está reprimida. Vivimos unos tiempos en los que se ha perdido el respeto, el bullying y las redes hacen mucho daño. Había más libertad antes, entre los 80 y el 2000, que ahora. Todo ofende, ¡han prohibido los pasacalles de las discotecas y todo! Antes se podía ver a una payesa en la calle al lado de unas tías prácticamente en pelotas y no pasaba nada. Nadie miraba mal a nadie. Ahora ya no hay ni una cosa ni la otra.
— ¿Cómo describiría esa Ibiza de los años 80?
— ¡Tengo tantos recuerdos! No había problemas, no había nadie tirado en la calle, como mucho alguien que se había colgado, y la gente se hablaba y se mezclaba. Podías cruzarte con una artista o una marquesa sin problema. No como ahora, que hay un privado, un palco, para cada uno y 40 matones en cada puerta y en cada baño. Es un circo. Esto antes no era necesario, se mezclaba todo el mundo. Claro que había zonas VIP, pero eran accesibles a cualquiera y podías ver a verdaderas personalidades mezclarse con la gente.
— ¿Recuerda alguna de esas personalidades de los años 80?
— Estaban todos los príncipes, el saudí, el de Mónaco y también el de España, que ahora es el Rey. Venía mucho con su abuelo (Juan de Borbón), que era más que asiduo del Ku. Si estaba 20 días en Ibiza, 18 los pasaba en el Ku (ríe).
— ¿Del mundo de la cultura?
— Desde luego, todo el mundo venía a Ibiza. De hecho, Jon Anderson (del grupo Yes) le escribió la canción Deborah a su hija en la cocina de mi madre. Venía mucho con Divine a comprarle huevos y cosas a mi madre. La duquesa de Alba también venía mucho a casa para buscar agua, la quería mucho. Hasta el punto de que me mandó un cuadro que había pintado ella misma el día que mi madre murió en modo de homenaje. Todavía lo tengo en casa.
— Estamos terminando y no me ha hablado de su oficio de decorador.
— Bueno, todo el mundo me llamaba para decorar sus fiestas en esa época. El Ku, Es Paradís, pero también en fiestas privadas. Todavía sigo en ello.
— ¿Alguna anécdota de esas fiestas privadas?
— Una vez en una fiesta de Elle McPherson se instalaron decenas de fotógrafos enfrente. Le aseguré que ninguno haría ninguna foto, que estuviera tranquila. Puse los focos del campo de fútbol deslumbrándolos y nadie pudo hacer ninguna foto (ríe). También recuerdo una vez que me metí en el campo con la Mobilette para escapar de unos paparazzis que perseguían a Eugenia Martínez de Irujo, que la llevaba de paquete (ríe).
— De todas las personalidades que ha conocido hay una muy especial que le acompaña siempre, ¿de quién se trata?
— Sí. Sofía. Me ha salvado la vida dos veces: la primera cuando gracias a ella salí de una depresión hace 12 años. La segunda cuando me despertó y me hizo reaccionar cuando vio que no estaba bien. Resulta que sufrí un ictus y gracias a ella llegué a tiempo al hospital. Sofía es más que familia para mí (se emociona y muestra una foto de su perrita Sofía con la madre del Rey Felipe VI).
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